El Sigo XX llega a su final con un legado de promesas para un futuro mejor, pero también con graves problemas pendientes de solución. Uno de estos problemas acuciantes es la elevada desocupación, que como se sabe es un fenómeno que toca todas las puertas, incluso la de los países desarrollados con muy pocas excepciones.
Hasta hace poco, se reconocía que la economía de mercado necesariamente habría de convivir con tasas manejables de desempleo para evitar la inflación o la crisis por sobreproducción. Era lo que se llamaba "tasa natural de desocupación". Esta se calculaba entre 3% y 5% de la PEA, cuando se equilibraba con la estabilidad de los precios.
Sin embargo, la realidad de la desocupación contemporánea muestra un proceso desbocado, casi incontrolable de manejar, pues, la tasa de desocupación supera los dos dígitos y el estancamiento convive con la inflación, hecho que en el largo plazo amenaza la propia supervivencia de la economía de mercado al afectar uno de los dinamismos de su desarrollo, la demanda efectiva, que no puede ser reactivada sino con una mejor distribución del ingreso, razón por la que se invoca el paradigma del crecimiento económico con equidad.
En esto último, como se sabe, se exige acrecentar la productividad del trabajo como condición sine qua non de todo empeño por crecer, generar puestos de trabajo, mejorar los ingresos y la calidad de vida, que constituyen los parámetros básicos de funcionamiento de la misma reproducción de la economía de mercado.
Este imperativo de elevar la productividad de cada trabajador, además, de ser crucial para el desarrollo, ahora debe ser realizado en un contexto de globalización de la economía, que, desde la perspectiva de los países en desarrollo o de los países periféricos, obliga a redoblar esfuerzos en la carrera por acrecentar la producción excedente.
Países como el Perú, tienen que elevar la productividad del trabajo en forma sustancial. Ello porque, como se demostrará a lo largo de este trabajo se encuentra entre los países que pese a su recuperación económica en la última década muestra una caída en la productividad, una disminución del trabajo asalariado y casi el 50% de su población el Sector Informal y en condiciones de pobreza.
Como se sabe, la productividad del trabajo es función de:
La disponibilidad de mano de obra cada vez más calificada, versátil y competitiva;
Condiciones culturales, institucionales y de organización del trabajo que comprometan la moral del productor hacia una ética de la creatividad y producción eficiente, bajo la racionalidad de la economía de mercado.
Acrecentamiento de la inversión física por trabajador en líneas de producción con innovación tecnológica permanente y con insumos y equipos de menor costo para satisfacer pedidos cada vez más exigentes e individualizados de los clientes;
Inserción en líneas claves de actividad del ciclo del producto nuevo: microelectrónica, comunicaciones, biodiversidad, agricultura biológica, nuevos materiales, explotación de metales para aleaciones ligeras, entre otros, que se caracterizan por sus elevados rendimientos basados en el capital humano, más que en el insumo de materias primas.
Lamentablemente, la brecha de productividad del trabajo del Perú con el mundo desarrollado se sigue ahondando. En los 60 esta brecha era de 1 a 5 veces, ahora en los 90 la diferencia es de 1 a 10.
El presente trabajo plantea algunas hipótesis exploratorias sobre la situación y los determinantes de esta baja productividad contando con la valiosa información de las Encuestas Nacionales de Hogares del INEI.