![]() ![]() ![]() |
1.1 La situación hacia mediados de siglo Hasta mediados del presente siglo el país contaba con una economía tradicional, basada en la explotación de recursos naturales, principalmente mineros y agrícolas orientados a la exportación. Una industria manufacturera incipiente era el complemento de un modelo de desarrollo excluyente de las grandes mayorías nacionales, sobre todo campesinas, las cuales componían aproximadamente el 65% de la población del país. En este contexto, mujeres y hombres del país no sólo eran reconocidos por las diferencias sexuales existentes. Socialmente era también norma aceptada que los roles asignados a cada uno de ellos sean completamente diferenciados y excluyentes. Mujeres y hombres aceptaban que las primeras tenían como rol principal el reproductor y los segundos el de proveedores, el de garantizar los recursos materiales para la existencia de la familia. Ello conllevaba a que los espacios donde ambos se desenvolvían también eran diferenciados. Las mujeres realizaban las actividades reproductivas al interior del hogar, espacio privilegiado para la crianza de los hijos y las labores domésticas en general. Los hombres en cambio, salían del ámbito doméstico para conseguir los recursos que garantizaran la existencia familiar. La educación es uno de los ámbitos más sensibles a los patrones tradicionales y segregativos de género. Uno de sus indicadores que con mayor claridad expresa la exclusión social, y dentro de ella la segregación de las mujeres, es el analfabetismo. Según los datos del Censo de Población y Vivienda de 1940, el 57,6% de la población de 15 y más años de edad se encontraba en situación de analfabeto, siendo generalmente poblaciones rurales las más afectadas. En lo que respecta a la segregación por género, se observa que mientras 45 de cada 100 hombres eran analfabetos, en las mujeres esta relación se incrementaba hasta llegar 69 de cada 100 personas. Acorde con su condición de proveedor, la educación se admitía como una potestad y necesidad de los hombres, ya que este rol requería la formación de capacidades y destrezas para el mundo público, laboral y político. Se entendía que en las mujeres la educación no significaba una necesidad imperiosa, en tanto las labores domésticas no requerían de mayor instrucción. En todo caso, las mujeres de clase media y alta que alcanzaban niveles educativos relativamente altos, como sus pares hombres, por lo general no ingresaban a la fuerza laboral o la abandonaban después del emparejamiento, como expresión de los roles de género vigentes en la época. EN LAS DECADAS DEL 40 Y 50
Por otra parte, los derechos civiles de las mujeres eran casi inexistentes. Así, las mujeres eran consideradas como ciudadanas de segunda clase, pues no contaban con derechos civiles como el de elegir y ser elegidas para cargos públicos, tampoco podían realizar contratos, etc., acciones reservadas sólo para los hombres, aunque también con algunas limitaciones, como la condición de alfabetización para el ejercicio del voto. Con casi las tres cuartas partes de las mujeres en condición de iletradas, con menores niveles de educación que sus pares masculinos, con acceso marginal al mercado laboral, con alta mortalidad materna, sin participación en la vida política por no tener derecho a elegir ni ser elegidas, confinadas al ámbito doméstico, etc., mujeres y hombres a mediados del presente siglo mantenían vigentes roles, estereotipos y espacios tradicionales, donde a las diferencias biológicas se le sumaban relaciones de desigualdad en las que las mujeres tenían completamente recortadas sus posibilidades de realización humana.
|