4\  REFLEXIONES FINALES

     En  este  texto  hemos  intentado  hacer  una  aproximación  a  los
fenómenos del atraso  y  deserción  en  el Perú. Como mencionamos en  la
introducción,  nuestra  base  de datos -el Censo Nacional de Población y
Vivienda 1993- tiene virtudes y limitaciones para realizar un estudio de
este tipo.

     Hemos comprobado el descenso del atraso escolar entre la década del
70 y los años 90. Siempre puede discutirse la comparabilidad rigurosa de
las fuentes;  y  esta  es una observación válida. No obstante,  dada  la
magnitud de las diferencias porcentuales,  independiente de la exactitud
numérica,  hemos  de  acordar  que  la  tendencia  en  el largo plazo es
declinante.

     De esto  no  se  desprenden  conclusiones  optimistas que apunten a
afirmar la actual eficiencia del sistema educativo. Desde la óptica  del
atraso  escolar,   estamos   en  capacidad  de  plantear  que  es  menos 
ineficiente que hace veinte años.

     Evidentemente,  que  39  de  100  estudiantes  entre 6 a 14 años de
primaria  estén  atrasados  en  sus  estudios;  y  que  42  de  cada 100
adolescentes de  secundaria  entre 12 a 19 años se mantengan en la misma
situación, no es una realidad para alegrarse y dar loas.

     El atraso escolar,  a  pesar de su declive desde los años 70, es un  
problema importante que afecta a casi dos millones de educandos.

     Del texto se desprende que este fenómeno está íntimamente conectado
a realidades extra-educativas.  Si esto es así,  lo  más probable es que
los cambios en su dinámica se perciban solamente en el largo plazo.

     Por el lado  de los factores propiamente educativos se sabe  que el
atraso  está  determinado  fundamentalmente  por  el  ingreso  tardío al
colegio, la repetición y el abandono temporal de la escuela.

     Aunque es cierto y sumamente difícil desagregar estos elementos  de 
aquellos  macro-sociales,  el  reto  en el mediano plazo es enfrentar  y
disminuir la incidencia de estos tres factores.

     En el  campo  de  la  deserción  ha  quedado anotado,  y  esperamos
suficientemente  subrayado, que  el  presente  trabajo -dada  la base de
datos que maneja- no puede hacer un estudio de la deserción en sí misma,
el cual es un fenómeno de carácter anual.

     Nos limitamos a ofrecer un análisis de lo que se denomina deserción 
acumulada. Es decir, de todos aquellos que habiendo ingresado alguna vez
a estudiar abandonaron el  colegio  sin  culminar el nivel de primaria o
secundaria.

     Para  la  población  entre 6 a 14 años que asistió alguna vez y  no
culminó primaria  hemos encontrado una tasa de deserción  acumulada  del
10%, mientras que este indicador para los jóvenes entre 12 a 19 años que
siguieron estudios en secundaria es del 19%.

     Carecemos de algún punto de referencia en el tiempo que nos permita 
intentar una comparación para, por lo menos, sugerir el sentido  de  una 
tendencia.

     La lógica nos indica, sin embargo, que si la deserción acumulada es
de esta magnitud, la deserción interanual ha de ser necesariamente menor.
No encontramos asidero empírico para suponer lo contrario.

     No obstante,  siempre  debemos hacer un esfuerzo  por  no  dejarnos
atrapar exclusivamente por las cifras. Lo cierto es que miles de niños y
adolescentes han abandonado en los últimos años las aulas. Estimados del
Ministerio  de  Educación revelan que entre 1990  y  1994 has abandonado
definitivamente  los  estudios  de primaria y secundaria aproximadamente
1 millón 400 mil escolares.

     Seguramente  un  sector  está  dedicado  exclusivamente a trabajar,
otros no trabajan y tampoco estudian ¨Cuál es el futuro de estos chicos?
Con  absoluta  seguridad incierto.  Están en situación desventajosa para
insertarse con éxito en el sistema social. Están destinados a llenar los
espacios de la marginalidad.

     Aunque  las  condiciones de pobreza no determinan unívocadamente el
comportamiento  escolar,  evidentemente  los  grupos  sociales  de bajos
ingresos son quienes se ubican en mayor riesgo.

     Toda política  debe  priorizar  a  este  sector el cual se localiza
preferentemente  en  las  zonas  más  rurales  del  país,  en las  áreas
periféricas   de   las  grandes  ciudades  y  los  bolsones  tugurizados 
enclavados en el mismo corazón  de éstas.

     Si el  futuro de centenares de miles de niños está comprometido  en
estos problemas,  es perentorio pensar en términos de políticas públicas
donde  tanto el Estado como las instituciones de la sociedad civil aunen
esfuerzos.

     La  realidad  educativa  exige trascender los cortos plazos  de  un
período  gubernamental  para  plantearse  en  términos  de  un  proyecto
nacional donde estemos involucrados todos.

     Cuando  pensamos  en  la formación de nuestros niños  y  jóvenes la
política   cortoplacista  -espacio  donde  emergen  y  sobrevaloran  las 
rencillas y personalismos-  debería de dejar su lugar a la gran política
donde los derechos  del  niño  dejen de ser sólo una declaración firmada
por los gobiernos y utilizadas en discursos; siempre debe recordarse que
la niñez es la mejor inversión para el futuro de un país.

     Aunque  nuestra información  se  limita  básicamente  al  Censo  de 
Población de 1993,  desde  este  enfoque destaca la necesidad de prestar
particular atención a  dos grupos de educandos especialmente vulnerables
desde el ángulo del atraso y la deserción acumulada; nos referimos a los
niños  trabajadores   y   a   aquellos  pertenecientes  a  las  minorías
lingísticas (quechua, aymara y lenguas amazónicas, fundamentalmente).

     El trabajo prematuro en condiciones de riesgo se ha incrementado en
los últimos años.  Esta es una realidad ineludible y la escuela no puede
cerrar los ojos a  ella.  Precisamente  en  los colegios ubicados en las
zonas más pobres es donde se concentran estos niños trabajadores.

     Es importante  desde  el  plano  educativo  pensar  el problema. La
educación   debe   responder   a  las  particularidades  de  este  grupo 
poblacional,  reconociendo la heterogeneidad de los educandos en nuestro
país.

     Al respecto  existen  algunas  experiencias educativas con niños  y
adolescentes   trabajadores   impulsadas   algunas  de  ellas  por  ONGs 
(Movimiento Pedagógico 1993) y otras que vienen siendo ejecutadas por el
Estado, básicamente el INABIF.

     Sería  interesante,  desde  el punto de vista de  la  necesidad  de
definir   políticas   específicas,  investigar  más  exhaustivamente  la
relación trabajo infantil y educación.

     Paralelamente    es    importante    organizar   teóricamente   las  
experiencias  educativas  habidas  con  esta  población  y  recoger  las
enseñanzas del caso.

     En lo referente a  los  niños de las minorías lingísticas, aquello
que el  sistema  educativo  brinda a esto sectores -debe reconocerse- es
deficiente. No solo se trata de la pobreza de la infraestructura escolar,
el sofocante centralismo,  o  la carencia de profesores experimentados y
de calidad;  el  asunto  de  fondo es la inadecuación de la escuela a la
vida de estas comunidades rurales.

     Quien conozca de cerca esta realidad,  concordará con nosotros que,
a pesar de todo, es notable el esfuerzo de los chicos para  mantener  la
asistencia  en  gran  número. Sin embargo, los resultados académicos son
deficientes.

     Al igual que con  los  niños trabajadores,  también  en  este  caso
existen   interesantes   experiencias   tanto  privadas  como  públicas.
Sistematizarlas y trazar una propuesta es un pasa inicial.

     No obstante,  la  situación  de  la  educación  y  de los escolares
no será modificada sin una voluntad política de transformar las bases de
la desigualdad económica-social.  Actualmente, esto ya es sentido  común
en  el  medio  especializado.  Evidentemente no se trata que esto último
invalide las iniciativas estrictamente educativas, sin embargo, el éxito
de éstas siempre será  limitado por el marco de las condiciones sociales
en que viven la mayoría de niños y adolescentes que estudian en el Perú.