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ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿ ³ 2.1 LA MEDICION DE LAS NECESIDADES BASICAS ³ ³ INSATISFECHAS EN LOS CENSOS DE POBLACION ³ ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ Rubn Kaztman Comisi¢n Econ¢mica par Amrica Latina y el Caribe (CEPAL) Montevideo, Uruguay I. INTRODUCCION Los mapas de carencias cr¡ticas han sido concebidos como instru mentos tcnicos, objetivos y de aplicaci¢n uniforme cuya finalidad es contribuir a la racionalizaci¢n y optimizaci¢n del gasto social. Con ese prop¢sito buscan estimar, a nivel tan desagregado como se quiera, el peso relativo de hogares con carencias cr¡ticas en el total de hogares de cada localidad o estrato de asentamiento poblacional. Tambin permiten identi- ficar las carencias mas importantes en cada unidad geogr fica y analizar el perfil sociodemogr fico de los hogares con carencias contrast ndolo con el del resto de los hogares. A mi juicio, los mapas de carencias cr¡ticas constituyen la utilizaci¢n mas ambiciosa y exitosa de la informaci¢n censal con fines de programaci¢n social. Sus bondades se tornan evidentes dadas las limitaciones de los censos para incorporar cualquier tipo de investigaci¢n que exceda los prop¢sitos que tradicionalmente orientan su dise¤o. En efecto, la recolecci¢n simult nea, el procesamiento y la difusi¢n de informaci¢n confiable sobre la totalidad de la poblaci¢n de un pa¡s requieren una organizaci¢n que pueda controlar los detalles de cada paso del censo. Lo costoso y complejo de esta operaci¢n restringe la capacidad de las oficinas estad¡sticas para aceptar demandas tem ticas mas all del m¡nimo indispensable para obtener una radiograf¡a peri¢dica de la situaci¢n socio- demogr fica. Pese a ello, dado que el reconocimiento generali- zado de la utilidad de los mapas de necesidades b sicas insatisfechas para orientar las pol¡ticas sociales ha contribuido a prestigiar la labor de las oficinas nacionales de estad¡stica, los responsables de esas tareas parecen mostrar una mayor permeabilidad a la inclusi¢n o modificaci¢n de preguntas que permiten, sin desvirtuar los objetivos originales del censo, mejorar la investigaci¢n de la magnitud, locali- zaci¢n y caracter¡sticas de los hogares con carencias cr¡ticas. En los pa¡ses latinoamericanos que aplicaron esta metodolog¡a, la difusi¢n de sus resultados revelan el gran potencial de los censos como fuente de informaci¢n para el ataque a la pobreza; elev¢ la sensibilidad p£blica sobre el tema y promovi¢ un debate nacional sobre la adecuaci¢n de los indicadores de pobreza. Todo ello tuvo un efecto benfico general: estimul¢ la uniformaci¢n de las definiciones y usos de indicadores entre los organismos responsables de la acci¢n social; redujo la duplicidad de esfuerzos y cre¢ condiciones para integrar la informaci¢n y coordinar mejor la acci¢n dirigida hacia los pobres. La importancia de este £ltimo logro no ha sido, a mi entender, suficientemente destacada. En los £ltimos a¤os, aquellos que desde distintos ngulos se ocupan del tema de la pobreza han tenido oportunidades de observar un creciente acercamiento de los especialistas en las distintas tareas que median entre el pensamiento y la intervenci¢n social: los que conceptualizan y operacionalizan el problema, los productores de datos que organizan la recolecci¢n de informaci¢n y la procesan, expertos en inform tica que desarrollan o adaptan tecnolog¡as georeferen- ciales, analistas de informaci¢n, dise¤adores, decisores, implementadores y evaluadores de programas. Esto ha resultado en una sinergia positiva, en la cual los esfuerzos por racionalizar y optimizar el gasto social tienen como contra- partida una racionalizaci¢n y optimizaci¢n de la inversi¢n en metodolog¡as y tcnicas, as¡ como un continuo refinamiento conceptual. En la medida que favorecieron el desarrollo de formas simples, atractivas y f cilmente inteligibles de presentaci¢n de los diagn¢sticos, los mapas de carencias criticas se constituyeron en un eslab¢n crucial en este proceso de articulaci¢n entre pensamiento y acci¢n en la lucha anti-pobreza. Por el lado de los usuarios, el reconocimiento de la impor- tancia y la potencialidad de los mapas de carencias criticas con base censal ha despertado interrogantes sobre sus virtudes y limitaciones, as¡ como sobre la medida en que pueden llegar a satisfacer demandas mas complejas de informaci¢n social, o revelar las cambiantes formas que asume la pobreza. En lo que sigue plantear sintticamente cinco de los interrogantes mas frecuentes referidos a estos mapas: i) su capacidad de incluir o excluir beneficiarios de las pol¡ticas contra la pobreza; ii) la capacidad de hacer comparaciones en el tiempo; iii) la capacidad de hacer comparaciones en el espacio; iv) la oportu- nidad de la informaci¢n, y v) la adecuaci¢n de las variables investigadas. Finalmente, presentar una discusi¢n detallada de los indicadores que fueron incorporados al mapa de necesidades b sicas insatisfechas en el Uruguay, con base en el censo de 1985. II.VIRTUDES Y LIMITACIONES DE LOS MAPAS CENSALES DE CARENCIAS CRITICAS A. Problemas de inclusi¢n y de exclusi¢n: restricciones en cuanto al tipo de pobreza que se investiga Para responder al interrogante acerca de la capacidad de los mapas de incluir o excluir categor¡as de pobres, es conveniente hacer un r pido repaso de los criterios de construcci¢n de indicadores de necesidades b sicas insatisfechas. Estos fueron b sicamente cinco. El primero, que podemos denominar de agre- gaci¢n geogr fica, busca localizar y analizar hogares con carencias con la mayor desagregaci¢n geogr fica posible. El £nico instrumento de recolecci¢n de datos con la cobertura requerida para alcanzar este objetivo es el censo de poblaci¢n. La elecci¢n del censo, a su vez, pone l¡mites muy claros a la selecci¢n de indicadores. El segundo es el criterio de "representatividad". Dada la limitaci¢n recin mencionada, y como una forma de garantizar que las caracter¡sticas seleccio- nadas sean representativas de la incapacidad de satisfacci¢n de un conjunto de necesidades mas amplio que el que investiga el censo, se establece que los indicadores deben mostrar una asociaci¢n estad¡sticamente significativa con la pobreza por ingreso. El tercero es el criterio de "universalidad". Este criterio busca que el acceso a bienes o servicios que permiten satisfacer la necesidad b sica considerada se encuentre dentro de las opciones razonablemente factibles para todos los hogares del territorio nacional. Una necesidad se considera insatis- fecha s¢lo cuando refleja privaciones agudas, y satisfecha cuando se plantean dudas sobre el car cter critico de la carencia, o cuando los indicadores se prestan al registro de situaciones heterogneas en distintos mbitos geogr ficos. El cuarto criterio es el de "estabilidad". Este da prioridad a indicadores que, por su menor sensibilidad a la coyuntura, reflejen caracter¡sticas relativamente permanentes de los hogares. El £ltimo criterio es el de "simplicidad". Se aplica toda vez que se enfrentan dos o mas opciones de validez similar para la medici¢n de una carencia critica, con el objeto de seleccionar el indicador mas simple y f cilmente inteligible. Los indicadores construidos en base a estos criterios minimizan el riesgo de incluir hogares de baja vulnerabilidad social en el total de hogares con carencias. Por su parte, el alto nivel de desagregaci¢n que es posible alcanzar con la informaci¢n censal, y la creciente accesibilidad a paquetes inform ticos con metodolog¡as georeferenciales que permiten trabajar con localidades peque¤as, altamente homogneas en cuanto a las carencias de los hogares comprendidos, hace que los mapas as¡ elaborados resulten de gran utilidad para focalizar la acci¢n de las pol¡ticas sociales. Desde el punto de vista de las limitaciones, los indicadores seleccionados no permiten localizar -ni obviamente analizar- aquellos hogares que habiendo sufrido recientemente procesos de movilidad descendente pueden considerarse nuevos pobres y que, como tales, tienen niveles educativos, normas de asistencia escolar para sus hijos y una infraestructura de vivienda propios de su posici¢n anterior. En las circunstancias pre- sentes de muchos pa¡ses latinoamericanos esta es sin duda una limitaci¢n importante, teniendo en cuenta que la nueva pobreza es un fen¢meno emergente de los procesos de reconversi¢n y ajuste que se generalizan en la regi¢n, cuya importancia con respecto a los cambios en el perfil de las estructuras sociales no ha sido todav¡a debidamente diagnosticada ni, por supuesto, evaluada en cuanto a sus consecuencias sociopol¡ticas. Lo que s¡ resulta evidente, es que en el futuro inmediato tendremos que prepararnos para estimar la magnitud de los nuevos pobres, conocer sus caracter¡sticas, y producir informaci¢n £til para el dise¤o e implementaci¢n de pol¡ticas que reduzcan su vulnerabilidad e impidan la activaci¢n de mecanismos que lleven a su marginaci¢n y a la pobreza cr¢nica. Otra limitaci¢n deriva del hecho de que los mapas identifican agregados geogr ficos. Ello trae aparejado al menos dos sesgos. Por un lado, cierto monto de recursos se filtran a hogares no pobres que por residir en aglomerados con altas concentraciones de pobreza aumentan sus posibilidades de ser beneficiarios de los bienes o servicios que distribuyen las pol¡ticas. Por otro, hogares que forman parte de la poblaci¢n a la cual se dirigen los programas pero que est n ubicados en localidades con baja densidad de pobreza, no son alcanzados por las pol¡ticas de base territorial. Esto implica que la eficacia de los mapas como proveedores de informaci¢n para pol¡ticas anti-pobreza est muy vinculada al grado de concentraci¢n espacial de los hogares con carencias criticas y a la homogeneidad de sus perfiles. Su eficiencia, sin embargo, es generalmente alta, puesto que el costo de la desviaci¢n de recursos suele ser menor que el de los recursos administrativos que ser¡a necesario movilizar para afinar la selecci¢n. B. Comparabilidad en el tiempo 1. Consideraciones generales Aunque los mapas de carencias criticas no fueron dise¤ados con ese prop¢sito, la mayor¡a de sus usuarios no dejan de hacer deducciones sobre la evoluci¢n de dichas carencias toda vez que disponen de informaci¢n para dos o mas puntos del tiempo. Ciertas deducciones pueden hacerse y otras no. Los datos resultan £tiles para evaluar avances y retrocesos en cada indicador, y con apoyo de informaci¢n adicional, tambin se pueden interpretar validamente como xitos y fracasos parciales del impacto provocado por diversos programas. Pero en este caso es necesario avanzar con cautela. La mejor¡a de algunos indica- dores (por ejemplo, hacinamiento, capacidad de subsistencia y asistencia escolar) puede estar afectada, mas que por el impacto de programas espec¡ficos de vivienda, de educaci¢n, o de apoyo a familias numerosas, por fen¢menos tales como la reducci¢n de la fecundidad o la expansi¢n del empleo, los que ciertamente responden a otros determinantes. Los recaudos deber n ser mayores cuando se trate, ya no de seguir la evoluci¢n de indicadores singulares, sino de inter- pretar globalmente las variaciones en el porcentaje de hogares o personas que aparecen con necesidades b sicas insatisfechas. En primer lugar, tales variaciones no deben interpretarse como cambios en la magnitud de la pobreza. Ya mencion que los indicadores corrientes de NBI (necesidades b sicas insatis- fechas) no permiten identificar a los nuevos pobres y, como se ver mas adelante, por su construcci¢n es muy probable que tambin subestimen la pobreza cr¢nica urbana. Por lo tanto, aun cuando la preocupaci¢n que da origen a los mapas est unida a la b£squeda de informaci¢n sobre las situaciones que afectan a los grupos poblacionales de alto riesgo, como el ¡ndice general de NBI mide s¢lo un segmento de ellos, la comparaci¢n no permite seguir la evoluci¢n de la pobreza. En segundo lugar, debe tenerse presente que la representa- tividad que muestran los indicadores censales de NBI con respecto a otras dimensiones de la pobreza var¡a con el tiempo, consideraci¢n pertinente cuando se est trabajando con datos censales recogidos con diferencias de al menos diez a¤os en pa¡ses sometidos a cambios socioecon¢micos muy acelerados. Si contrastamos esta situaci¢n con la metodolog¡a empleada para la estimaci¢n de las l¡neas de pobreza, encontramos que esta £ltima incorpora la relatividad temporal. Ella est impl¡cita cuando en la selecci¢n de los satisfactores de la canasta de consumo se toman en cuenta los patrones de comportamiento de un estrato de referencia que se ubica por encima de la l¡nea de pobreza, suponiendo que dichos patrones reflejan transforma- ciones culturales en las formas de satisfacci¢n de las necesi- dades b sicas que van definiendo umbrales cambiantes de las que se consideran condiciones dignas de vida. En rigor, tambin en la metodolog¡a de construcci¢n de los indicadores de NBI est contemplada la actualizaci¢n peri¢dica de los indicadores a travs de la relaci¢n de cada uno de ellos con la pobreza por ingreso, y de la consulta a jueces especializados en las distintas dimensiones de las necesidades b sicas. Sin embargo, en la pr ctica y seg£n el conocimiento del autor de estas notas, all¡ donde se han hecho comparaciones en el tiempo, no se han modificado los indicadores utilizados en la versi¢n original. A los efectos de ilustrar la necesidad de modificar los indica- dores de NBI, en toda comparaci¢n temporal v lida consideremos el de "capacidad de subsistencia". Este indicador busca identificar los hogares con una baja capacidad potencial de obtener ingresos para la subsistencia adecuada de todos sus miembros. Para ello, clasifica como hogares con carencias criticas aquellos cuyos jefes tienen, por un lado, un nivel de educaci¢n lo suficientemente bajo como para constituir una clara desventaja en cuanto a sus posibilidades de competir en un mercado ocupacional con un aumento acelerado de demanda de calificaciones; por otro, un n£mero relativamente alto de no perceptores con respecto a los perceptores (se incluyen entre stos los trabajadores familiares no remunerados). Una primera precisi¢n que fue necesario introducir, fue la de condicionar el requisito de educaci¢n a la edad del jefe. El an lisis de los datos de la encuesta de hogares de Uruguay permiti¢ observar que en los jefes menores de 45 a¤os el no haber finalizado el ciclo de educaci¢n primaria estaba fuertemente asociado a ingresos personales por debajo de la l¡nea de pobreza, pero que entre los mayores de esa edad, el n£mero de a¤os de educaci¢n necesario para rebasar la l¡nea de pobreza descend¡a abruptamente. Esta diferencia se vincula a derechos y privilegios adquiridos por la antiguedad en los puestos de trabajo, pero tambin con los cambios ocurridos en los criterios de reclutamiento del mercado laboral. Una buena parte de los mayores de 45 a¤os se incorporaron al mercado cuando el hecho de saber leer y escribir era una condici¢n suficiente para ser considerado candidato potencial para el sector p£blico y para una amplia variedad de actividades privadas. Una vez insertos en la estructura ocupacional, la acumulaci¢n de experiencia y la adquisici¢n de derechos en un mercado fuertemente sindicalizado les permitieron obtener y mantener un nivel de ingresos alto en relaci¢n a personas de generaciones posteriores con niveles de educaci¢n similares. Estas consideraciones nos llevaron a definir distintos niveles de educaci¢n para ambos grupos de edad, con miras a homo- geneizar sus ventajas relativas en el mercado. En el grupo mas joven se estableci¢ un m¡nimo de cinco a¤os de educaci¢n primaria. Entre los mayores de 45 a¤os, en cambio, se estable- cieron s¢lo dos a¤os de educaci¢n formal, tomando en cuenta el hecho de que en las areas rurales uruguayas durante mucho tiempo hubo escuelas que completaban el ciclo primario con s¢lo tres a¤os. Al comparar los datos de este indicador diez a¤os despus, se observan dos fen¢menos. Por un lado, aumentan los promedios educativos de ambos segmentos etarios de jefes de hogar. Entre los mayores de 45 a¤os se encuentra la cohorte que en el censo anterior tenga de 35 a 44 a¤os y ya mostraba mayores niveles de escolaridad, y a los menores de 45 a¤os se agreg¢ una cohorte muchos de cuyos miembros se encontraban estudiando en el censo anterior. Por otro lado, se produjo una devaluaci¢n de la educaci¢n reflejada en menores ingresos en promedio, absolutos y relativos, para un mismo nivel de educaci¢n formal. Este hecho no s¢lo afect¢ a Uruguay, sino que est presente en todos los pa¡ses de los que se dispone de informaci¢n entre 1980 y 1990. O sea que, a los efectos de hacer una comparaci¢n v lida, los cambios mencionados obligan a modificar los m¡nimos de escolarizaci¢n fijados para cada grupo de edad en el indicador de capacidad de subsistencia. En resumen, los indicadores de NBI, sin modificaciones, permiten el seguimiento de los avances y retrocesos en cada uno de ellos y, con el cuidado correspondiente, sacar conclusiones sobre el xito o fracaso de pol¡ticas dirigidas a satisfacer cada carencia. Pero no permiten estimar la evoluci¢n ni de la pobreza, ni de la magnitud de los hogares con carencias criticas. Esta £ltima estimaci¢n requerir¡a tareas de revali- daci¢n que aseguren la representatividad de los indicadores seleccionados con respecto al conjunto de satisfactores psicof¡sicos y culturales que constituyen, en cada momento hist¢rico, la condici¢n m¡nima necesaria para el funcionamiento de la vida humana en una sociedad espec¡fica. 2. Factores que intervienen en las tendencias del ¡ndice del NBI A esta altura conviene hacer un parntesis a fin de explorar con mas detalle algunos de los factores que determinan la direcci¢n de las tendencias que se observan en los indicadores de NBI. Al respecto, parto de una constataci¢n: contrariamente a lo que cabr¡a esperar, la mayor¡a de los pa¡ses de los que existen datos sobre la evoluci¢n de los hogares con necesidades b sicas insatisfechas durante la crisis econ¢mica de la dcada de los a¤os 80, no reflejan el deterioro de la situaci¢n de los hogares que se manifiesta en los datos de empleo e ingresos. Ello surge del an lisis de los datos de varios documentos nacionales y regionales que permiten observar la evoluci¢n del porcentaje de hogares con NBI en distintos per¡odos de la dcada pasada en ocho pa¡ses (Bolivia, Colombia, Ecuador, Per£, Venezuela, Argentina, Chile y Uruguay). De stos, s¢lo el Per£ muestra un peque¤o aumento en el porcentaje de poblaci¢n urbana con NBI entre 1981 y 1985. Por otra parte, en los pocos casos en los que me fue posible hacer razonablemente compatibles las areas y fechas de datos de porcentajes de hogares con NBI y porcentajes de hogares por debajo de la l¡nea de pobreza, los resultados muestran un claro desajuste entre la evoluci¢n de uno y otro indicador (cuadro 1), con un comportamiento claramente m s positivo del indicador de NBI. Las razones de esta discrepancia han sido analizadas, desde distintas ¢pticas, en varios documentos En s¡ntesis, ellas se refieren principalmente a la acci¢n de fen¢menos tales como: Cuadro 1 HOGARES URBANOS CON NECESIDADES BASICAS INSATISFECHAS Y POBRES CON INGRESOS (Porcentaje sobre total de hogares urbanos) ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿ ³ Pa¡s ³ A¤o ³ NBI ³ A¤o ³ LP (1) ³ ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ Argentina (2) 1980 16,6 1980 5,0 1988 11,5 1990 16,0 Colombia 1973 50,0 1970 38,0 1988 15,1 1988 35,5 Per£ (3) 1981 27,0 1979 29,0 1986 27,2 1986 37,0 Uruguay (4) 1984 11,1 1985 20,5 1989 8,4 1992 9,2 Venezuela 1981 34,3 1981 12,0 1988 27,0 1988 20,0 ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ (1) Porcentaje de hogares bajo la l¡nea de pobreza; (2) Gran Buenos Aires; (3) Lima y Callao; (4) Montevideo. Fuentes: Para l¡neas de pobreza: CEPAL, 1994b. Para hogares con NBI: PNUD, 1990. Para Uruguay: CEPAL, Oficina de Montevideo, 1990. i) El tiempo de maduraci¢n de inversiones en infraestructura de educaci¢n, vivienda, saneamiento y agua potable, cuyo inicio y ejecuci¢n son previos a la crisis, pero cuyos efectos sobre la situaci¢n de los hogares comienzan a observarse durante la misma. ii) La inercia de los factores culturales, que hace que una vez instalada la imagen que asocia la educaci¢n al mejoramiento de las condiciones de vida, los padres tiendan a hacer el m ximo esfuerzo para garantizar la continuidad de la asistencia escolar de sus hijos. iii) La resistencia a renunciar a logros en el acceso a servicios p£blicos (agua, saneamiento, educaci¢n) o a los que son productos de inversiones realizadas en el pasado (vivienda). Estas resistencias marcan prioridades en el desahorro, en el orden en de tienen mayor incidencia en los niveles de equidad social. v) Las preferencias estatales por la selecci¢n y fijaci¢n de metas f cilmente inteligibles. Distintos gobiernos de la regi¢n hicieron uso de algunos de los indicadores que forman el ¡ndice para fijar metas sociales, concentrando sus esfuerzos en la reducci¢n del nivel de carencias cr¡ticas que stos denunciaban. vi) Como se se¤al¢ anteriormente, algunos de los indicadores seleccionados est n vinculados de manera directa o indirecta a la tasa de natalidad (hacinamiento, asisten- cia escolar y capacidad de subsistencia). Los tres aumentan su probabilidad de descender cuando hay menos ni¤os, o cuando el peso de stos en el total de la poblaci¢n disminuye (tambin el porcentaje de hogares por debajo de la l¡nea de pobreza deber¡a bajar, por la misma raz¢n). Dada la tendencia secular a la reducci¢n de la natalidad en todos los pa¡ses de la regi¢n, ser¡a dable esperar que por este solo hecho se produjera una reducci¢n en el porcentaje de hogares con NBI. La consideraci¢n de estos factores ayuda a clarificar el estricto significado de la reducci¢n del porcentaje de hogares con necesidades b sicas insatisfechas en el marco de un programa de acciones contra la pobreza, sin negar que tal reducci¢n pueda implicar un mejoramiento real de las condi- ciones de vida de los hogares. C. Comparabilidad en el espacio Como se ha dicho, uno de los criterios b sicos para definir los indicadores que forman el ¡ndice de NBI es que los puntos de corte de cada indicador se establecen a niveles lo suficiente- mente cr¡ticos (privaciones agudas) como para garantizar que las alternativas de superaci¢n de cada una de esas carencias formen parte del dominio de opciones factibles de los hogares del universo analizado. La aplicaci¢n de este criterio, sin embargo, se subordin¢ en algunos casos al tipo de necesidad, partiendo del supuesto de que la satisfacci¢n en un cierto grado de algunas de las necesidades analizadas constitu¡a un requisito ineludible para que las personas pudieran integrarse a la sociedad, con independencia de la mayor o menor facilidad que brindara la infraestructura local para satisfacer esa necesidad. Tal es el caso de la asistencia escolar para los ni¤os en edad escolar. Si bien es sabido que factores como la distancia entre el hogar y la escuela, los caminos, los problemas de transporte, el clima, la infraestructura de los establecimientos, su dotaci¢n de recursos pedag¢gicos o de docentes calificados, as¡ como las demandas de trabajo infantil en las tareas agropecuarias, se confabulan para que los ni¤os de algunas areas rurales encuentren obst culos para asistir a las escuelas, se consider¢ que si el ni¤o en edad escolar no va a la escuela se le condena a la exclusi¢n y a la marginaci¢n, tanto en el mundo rural como en el urbano, neg ndole un derecho que es condici¢n necesaria para su incorporaci¢n al mercado de trabajo actual y para el ejercicio de la ciudadan¡a plena. En otras palabras, la no asistencia a la escuela es una carencia cr¡tica en toda la geograf¡a del pa¡s, constituyendo, por ello, un dato que incide significativamente en la elaboraci¢n e implementaci¢n de la pol¡tica educativa. Pero, con excepci¢n de la asistencia escolar, respecto al resto de los indicadores se puede afirmar que la decisi¢n de selec- cionar los umbrales de satisfacci¢n dentro de un dominio de alternativas accesibles a todos los hogares de un pa¡s, si bien tuvo la ventaja de minimizar el riesgo de inclusi¢n de no pobres, tambin tuvo la desventaja de producir un efecto de "nivelaci¢n hacia abajo" que, al acentuar el car cter cr¡tico de cada carencia, sesg¢ la informaci¢n hacia la exclusi¢n de pobres urbanos, y por ende llev¢ a subestimar la pobreza urbana. La decisi¢n de trabajar con los mismos indicadores en las areas urbana y rural lleva impl¡cito un supuesto de homogeneidad cultural. Sin duda, el significado que cada persona da a su situaci¢n est muy influenciado por las im genes que predominan en su medio acerca de que es lo que se entiende por condiciones dignas de vida. Tales significados, a su vez, afectan sus actitudes y comportamientos, sus sentimientos de pertenencia o de marginaci¢n de la comunidad en que vive, su capacidad y disposici¢n de hacer uso del "capital social" que resulta de su participaci¢n en ella, y, por £ltimo, su respuesta ante las oportunidades que se puedan abrir para salir de la pobreza. As¡, en muchos pa¡ses de la regi¢n, los miembros de un hogar urbano que no dispongan de un televisor o de acceso a agua de red experimentar n sentimientos de marginaci¢n, mientras que muy probablemente esa situaci¢n no provoque los mismos senti- mientos en el medio rural. Consideraciones como las anteriores apuntan a la conveniencia de desarrollar indicadores distintos, o al uso de ponderaciones diversas, para las areas rural y urbana. Sin embargo, debe tenerse presente que ello conduce a un dise¤o metodol¢gico mas complejo y, por ende, mas costoso. Por un lado, porque el ajuste de la definici¢n y validaci¢n de indicadores a las realidades de las distintas areas requiere un trabajo mas detallado. Por otro, porque si se acepta la importancia del elemento cultural en la diferenciaci¢n rural urbana, y se relativiza por ese medio el significado de las carencias, se hace l¢gicamente necesario aplicar el mismo criterio (o justificar por que no se aplica) para diferenciar otras areas como, por ejemplo, centros urbanos de distinto tama¤o, o regiones, como podr¡a ser en el caso del nordeste y el sur de Brasil. Dados los problemas de costos y las complejidades de dise¤o que traer¡a aparejada la decisi¢n de considerar los factores subculturales, sta deber¡a tomarse s¢lo en aquellos casos en los que la significaci¢n de los mismos es muy clara. Como no es f cil encontrar evidencia al respecto, parecer¡a conveniente tomar como proxy el nivel de las diferencias en las condiciones de vida entre distintas areas de un pa¡s. De este modo, en los pa¡ses que presentan caracter¡sticas mas homogneas se aplicar¡an los mismos indicadores, mientras que en aquellos donde las diferencias son muy pronunciadas se buscar¡a definir indicadores que contemplen el significado que las poblaciones correspondientes dan al acceso a los mismos servicios. Esta £ltima opci¢n evitar¡a la "nivelaci¢n hacia abajo", reduciendo de ese modo el riesgo de excluir del grupo de los pobladores urbanos con carencias, a los que se sienten y act£an como tales. D. Oportunidad de la informaci¢n La base censal de los mapas pone limites claros a su capacidad para captar cambios en la situaci¢n de los potenciales receptores de pol¡ticas sociales. Los pa¡ses que mantienen un sistema anual o semestral de encuestas, y que logran articular esa fuente de informaci¢n con la de los censos, est n en condiciones de monitorear la evoluci¢n del n£mero de hogares afectados por carencias criticas y de sus perfiles sociodemo- gr ficos. La validez de este monitoreo, que obviamente s¢lo se aplica en las localidades cubiertas por la representatividad muestral de la encuesta, requiere mantener una mirada perma- nente sobre los umbrales de dignidad en las condiciones de vida que son aceptados por la mayor¡a de la sociedad, y contar con los recursos humanos y financieros para ajustar los indicadores cada vez que se detecten cambios significativos en dichos umbrales. Si bien es posible realizar un monitoreo global durante el per¡odo intercensal, en la mayor¡a de los casos las encuestas de hogares no permitir n actualizar la informaci¢n a un nivel de desagregaci¢n £til para la focalizaci¢n de las pol¡ticas sociales, lo que crea una tensi¢n entre el flujo de informaci¢n y la din mica de las demandas de los beneficiarios y los requerimientos de gesti¢n de los programas anti-pobreza. E. Adecuaci¢n de las variables investigadas Los indicadores de NBI son seleccionados por su capacidad de representar las carencias criticas que afectan a los hogares de un pa¡s. Pero si se reconoce que, por un lado, distintas categor¡as sociales est n afectadas por distintas carencias y, por otro, existen razones pr cticas que hacen conveniente seleccionar un n£mero reducido de indicadores, resulta inevi- table que el ¡ndice que resume la combinaci¢n de un conjunto necesariamente limitado de indicadores sea mas sensible a la presencia de las carencias que afectan a algunas categor¡as sociales que a otras. A manera de ilustraci¢n: Se suele objetar que los indicadores que se utilizan corrientemente est n sesgados hacia las familias con hijos (hacinamiento, asistencia escolar, capacidad de subsistencia) y no dan la consideraci¢n debida a hogares cuyos miembros se encuentran en otras etapas del ciclo de vida familiar; por ejemplo, los hogares donde hay ancianos. El sesgo evidentemente existe. Su direcci¢n depende de las limitaciones de las fuentes de informaci¢n y, dentro del reducido margen de selecci¢n de indicadores que stas permiten, de las orientacio- nes prioritarias entre los responsables de la pol¡tica social. Desde este £ltimo punto de vista, la decisi¢n de seleccionar indicadores que detectan situaciones que afectan primariamente a los menores de edad se bas¢ en la conclusi¢n, apoyada por los resultados de numerosos estudios, de que es justamente en las familias con ni¤os donde se da la mayor frecuencia de hogares pobres, que la proporci¢n de ni¤os pobres es mayor que la proporci¢n de pobres en cualquier otro grupo de edad y que, adem s, es en los hogares donde predomina este grupo etario donde conviene focalizar las pol¡ticas, a los efectos de quebrar los anillos de reproducci¢n de la pobreza, acci¢n que, a su vez, se presenta como la forma m s eficaz de atacar el problema de la pobreza a mediano y largo plazo. F. Conclusi¢n El mapa de necesidades b sicas insatisfechas es un instrumento sumamente £til para el dise¤o e implementaci¢n de pol¡ticas sociales y, en particular, para la racionalizaci¢n de la lucha contra la pobreza. Su eficiencia es muy alta, si se toma en cuenta la simplicidad relativa de su administraci¢n y el bajo costo que implica aprovechar los resultados de una operaci¢n que cuenta con financiaci¢n propia, que los estados realizan en forma regular y que cubre en forma simult nea la totalidad de la poblaci¢n. Sus resultados permiten la detecci¢n de asenta- mientos humanos de tama¤o muy reducido con altos niveles de concentraci¢n de hogares con necesidades b sicas insatisfechas, examinar las carencias cr¡ticas espec¡ficas que los afectan, y analizar sus perfiles sociodemogr ficos. Las limitaciones de este recurso operativo son claras. La confiabilidad y precisi¢n de los datos censales est n lejos de alcanzar el nivel que se podr¡a obtener a travs de un instrumento espec¡ficamente dise¤ado para investigar carencias cr¡ticas. La nueva pobreza no es captada, y se subestima la urbana cuando se utilizan los mismos indicadores de umbrales de satisfacci¢n para todo el territorio nacional. El monitoreo de la evoluci¢n del n£mero de hogares con NBI debe atender a los cambios en los est ndares generales de vida, controlando perma- nentemente que los indicadores, o sus ponderaciones, se ajusten a dichos cambios. La comparaci¢n espacial requiere tomar en cuenta los patrones culturales que en distintos contextos geogr ficos orientan la evaluaci¢n que hace la poblaci¢n sobre sus propios niveles de vida. La decisi¢n de elaborar y aplicar los dise¤os metodol¢gicos que permitir¡an salvar algunas de estas limitaciones deber evaluarse, en cada caso, contrastando los costos adicionales que demandar¡a tal operaci¢n con los beneficios adicionales en relaci¢n con el logro de las metas que justificaron la construcci¢n de los mapas. III. INDICADORES CENSALES DE SATISFACCION DE NECESIDADES BASICAS En esta secci¢n se har un an lisis detallado del proceso de construcci¢n de cada uno de los indicadores de necesidades b sicas insatisfechas utilizados en la elaboraci¢n del mapa de la distribuci¢n de los hogares con necesidades b sicas insatis- fechas en el Uruguay. A. Calidad del agua que se utiliza para beber y cocinar El acceso permanente a fuentes de agua que garanticen un m¡nimo de condiciones sanitarias constituye, sin duda, una necesidad b sica para todos los hogares, con independencia de su locali- zaci¢n geogr fica. Inversamente, su carencia representa para las personas y sus familias una privaci¢n cr¡tica que afecta la higiene, la salud y el bienestar de cada uno de sus integrantes. La evaluaci¢n del grado de privaci¢n de cada hogar en esta materia hace necesario analizar dos aspectos: origen del agua y forma en que el hogar se abastece de la misma. 1. Origen del agua Tanto el censo de 1985 como la encuesta nacional de hogares investigan el origen del agua que los hogares utilizan para beber y cocinar, informaci¢n que resulta un buen proxy de la calidad sanitaria del agua en la fuente. Las fuentes que investiga el censo son: red p£blica o privada, pozo surgente (que permite acceder a agua de napas profundas, en general no contaminadas), aljibe o cachimba (recolectores de agua de lluvia) y cursos naturales de agua como arroyos, r¡os, etc. Este ordenamiento responde gruesamente a un continuo de calidad del agua en la fuente. As¡, el agua de red est sometida a controles peri¢dicos y a procesamientos especiales de depuraci¢n, y existe una garant¡a p£blica sobre su potabilidad, lo que no es el caso de otras fuentes. En areas urbanas relativamente grandes y con asentamientos estabilizados, el agua de red constituye para la mayor¡a de los hogares una aspiraci¢n incorporada al dominio de sus opciones factibles. No as¡ en centros urbanos peque¤os o de formaci¢n reciente, en asentamientos precarios, o en areas rurales. En estos casos, lo factible es la construcci¢n de un pozo en las cercan¡as de la vivienda, de profundidad suficiente como para alcanzar las napas que transportan agua no contaminada, esto es, no expuestas a la posibilidad de contaminaci¢n por filtraciones de sistemas de evacuaci¢n de excretas, de deposiciones humanas o animales, o de desechos qu¡micos en la superficie del suelo. Tal peligro es mayor donde mayor es la densidad poblacional y, por lo tanto, se relaciona con la localizaci¢n geogr fica de los hogares. Adem s de la profundidad de la napa, la calidad del agua tambin est afectada por la naturaleza de los materiales y la forma de construcci¢n del pozo. La multiplicidad de combina- ciones en que se presentan estos factores hace que su grado de adecuaci¢n a est ndares sanitarios nacionales sea muy variable y que, por lo tanto, resulte dif¡cil adjudicar a la categor¡a de "pozo surgente" que investiga el censo un significado £nico en lo que respecta a la calidad del agua de ese origen. En cuanto a las aguas de otras procedencias: acequias de riego, reservorios naturales, lluvia recogida en aljibes o cachimbas, o de arroyos, r¡os, etc., se puede afirmar que manteniendo constante la localizaci¢n geogr fica, su calidad sanitaria es inferior a la de las aguas de pozo surgente. En la elaboraci¢n del ¡ndice de satisfacci¢n de necesidades b sicas que sirvi¢ de base al Mapa de la pobreza de Argentina, el Instituto Nacional de Estad¡stica y Censo (INDEC) no tom¢ en consideraci¢n los datos sobre origen del agua utilizada para beber y cocinar, debido a que se presumi¢ que en areas rurales o semi-rurales el acceso a agua de red no entraba dentro del dominio de las opciones factibles a los hogares y, por lo tanto, su carencia estar¡a mas determinada por las condiciones contextuales que por los ingresos de los hogares.12 Si bien esta afirmaci¢n no admite dudas en el caso de agua de red, los hogares en areas no urbanas o de urbanizaci¢n incipiente, tienen ante s¡ la alternativa de elegir entre agua de pozo y agua de otras fuentes (aljibe, cachimba, acequias de riego, reservorios naturales, etc.). Aun en el medio rural, la falta de agua potable constituye una privaci¢n remediable si se tienen los recursos para hacer un pozo de profundidad suficiente. Los datos de la Encuesta de hogares del Uruguay permiten examinar en que medida las distintas categor¡as de origen del agua en las viviendas se vinculan a distintos niveles de insuficiencia de ingreso de los hogares. Esta £ltima variable fue dicotomizada seg£n la l¡nea de pobreza para 1984, y la primera, agrupando agua de red y pozo, por un lado, y agua de otras fuentes, por otro. Tanto para Montevideo como para el interior urbano, la relaci¢n resulta altamente significativa (ver diagrama 1). De la lectura de la tabulaci¢n cruzada (ver cuadro 2) se desprende que, mientras dos de cada tres hogares sin agua de red o de pozo mostraban ingresos insuficientes para cubrir necesidades m¡nimas, s¢lo uno de cada cuatro de los que se tengan acceso a agua de ese origen se encontraba en la misma situaci¢n. Como se observa en el cuadro, la relaci¢n entre las dos variables es aun un poco mas acentuada en el interior urbano. Cuadro 2 ORIGEN DEL AGUA PARA BEBER Y COCINAR Y CONDICION DE POBREZA 13 MONTEVIDEO E INTERIOR URBANO, SEGUNDO SEMESTRE DE 1984 (Porcentaje sobre total de hogares urbanos) ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿ ³ ³ Montevideo ³ Interior urbano ³ ³ ÃÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÅÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ´ ³ ³ Agua de red ³ ³ Agua de red ³ ³ ³ ³ o pozo ³ Otro origen ³ o pozo ³ Otro origen ³ ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ Pobres 22,8 68,6 46,7 84,4 No pobres 77,2 31,4 53,3 15,6 100,0 100,0 100,0 100,0 (4 516) (210) (4 278) (494) ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ Fuente: Elaboraci¢n propia en base a la encuesta de hogares de la DGE y C, segundo semestre de 1984 2. Abastecimiento del agua Pese a la existencia de una fuerte vinculaci¢n entre origen del agua que utilizan los hogares para beber y cocinar y su ingreso per c pita, el examen de datos adicionales nos lleva a plantear que la calidad del agua en el momento que es utilizada por los miembros del hogar depende tanto del origen de la misma como de la forma en que llega y se mantiene en el hogar. Los datos adicionales mencionados se refieren a una publicaci¢n de la DGEyC sobre la mortalidad infantil en el Uruguay14 que utiliza datos del Censo de 1975. El an lisis que hace dicho documento de la relaci¢n entre la mortalidad infantil y el origen y el abastecimiento de agua, se basa en el hecho comprobado de que la calidad de la misma tiene alta incidencia en la aparici¢n de enfermedades infecto-contagiosas y especialmente en la diarrea infantil, una de las causas principales de muerte de ni¤os menores de un a¤o. El estudio de la DGEyC/CELADE muestra que cuando se desagrega el origen del agua seg£n la forma en que sta llega finalmente a los miembros del hogar, aquellos hogares que acceden a agua de red, pero que no tienen ca¤er¡a dentro de la vivienda, exhiben tasas de mortalidad infantil que duplican aquellas de los hogares con agua del mismo origen que s¡ tienen ca¤er¡a dentro de la vivienda (ver cuadro 3), y son mayores a£n que las que exhiben los hogares que se abastecen de agua de pozo o de otras fuentes. Estos datos tienden a corroborar que las formas de abastecimiento de agua afectan las condiciones sanitarias del hogar y, en particular, la salud de los ni¤os. Desafortunadamente, el documento a que hacemos referencia no presenta informaci¢n desagregada sobre la forma en que el hogar se abastece de agua cuando su origen no es de red. Pero, de todos modos, queda claro que la manera en que el agua llega al hogar puede alterar de manera significativa su calidad de origen. Por un lado, porque la distancia a la fuente de agua incide en el tiempo y el esfuerzo para obtenerla y, consecuentemente, en su uso, haciendo m s o menos dif¡cil el mantenimiento de niveles m¡nimos de higiene, y afectando el grado de exposici¢n al riesgo de contaminaci¢n. Por otro lado, la calidad de los recipientes que se utilizan para su transporte y almacenamiento, las caracter¡sticas ambientales del lugar donde queda almacenada, as¡ como el tiempo que queda all¡ depositada, tambin influyen en la bondad final del producto. Inversamente, el acceso al agua dentro de la vivienda implica no s¢lo un elemento indiscutible de comodidad e higiene, sino tambin una importante condici¢n sanitaria, en la medida que dicha facilidad est corrientemente unida a la disponibilidad de aguas de arrastre para las excretas. El reconocimiento de la importancia de todos estos factores conduce a otorgar prioridad a la informaci¢n referida al abastecimiento m s que al origen del agua, dada su pertinencia como indicador de la potabilidad del agua en el momento de ser consumida por los miembros del hogar. Si bien el Censo de poblaci¢n y vivienda de 1985 investiga el abastecimiento de agua a la vivienda, el tema no est incluido en el cuestionario de la Encuesta nacional de hogares. Ello nos inhibe de poner a prueba la validez de la variable como indicador de las situaciones de privaci¢n cr¡tica que se asocian a ingresos por debajo de la l¡nea de pobreza. De todos modos, dada su vinculaci¢n con la mortalidad infantil, tomando en cuenta los argumentos expuestos con anterioridad y atendiendo al esp¡ritu general de establecer el car cter cr¡tico de la privaci¢n considerada, decidimos elaborar un indicador de privaci¢n en cuanto a la calidad del agua para beber o cocinar que incluya todos los hogares en las categor¡as siguientes: a) con abastecimiento por ca¤er¡a fuera del terreno y hasta 100 metros de la vivienda; b) con abastecimiento por ca¤er¡a a m s de 100 metros de la vivienda, fuera o dentro del propio terreno; Cuadro 3 URUGUAY: TASAS DE MORTALIDAD INFANTIL POR LUGAR DE RESIDENCIA, SEGUN ORIGEN DEL AGUA. 1961-1971 (Tasas por mil seg£n el Censo de 1975) ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿ ³ ³ Origen del agua ³ ³ Lugar ÃÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ´ ³ ³ Red p£blica ³ Aljibe, ³ ³ de ÃÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄ´ ³ ³ ³Ca¤er¡a dentro³Ca¤er¡a fuera ³ Pozo ³ cachimba ³ ³ residencia ³de la vivienda³de la vivienda³surgente³ u otro ³ ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ Total pa¡s 37,3 69,1 52,0 58,9 Montevideo (capital) 35,7 65,8 55,0 64,8 Total urbano (sin capital) 39,6 70,7 59,0 61,2 Capitales departamentales 39,8 73,5 71,6 69,0 Otras ciudades 39,7 63,7 61,3 58,0 Resto urbano 38,5 70,6 50,6 55,8 Otras ciudades m s resto urbano 39,3 67,0 54,4 56,6 Rural 39,9 63,2 45,0 56,4 ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ Fuente: DGE y CELADE, cuadro 22. c) con abastecimiento por ca¤er¡a en el terreno hasta 100 metros de la vivienda y origen del agua clasificado como ®otro¯, y d) sin abastecimiento por ca¤er¡a y origen del agua clasificado como ®otro¯ (aguatero, r¡o, arroyo, etc.). Como se observa, hemos excluido del indicador de privaci¢n cr¡tica los hogares que tienen ca¤er¡a dentro de la vivienda, con independencia del origen del agua, y a los que se proveen de agua de pozo o de aljibe o cachimba a menos de 100 metros de la vivienda, aun si no tienen ca¤er¡a. Estamos conscientes de que, especialmente en reas con alta densidad de poblaci¢n, esta situaci¢n implica riesgos muy importantes para la salud de los miembros de estos hogares, pero preferimos excluirlos mantenindonos dentro del esp¡ritu ®conservador¯ que orienta la construcci¢n del ¡ndice, dado que, en caso contrario, el indicador hubiera podido prestarse al registro de situaciones heterogneas en cuanto a su relaci¢n con pobreza, en los mbitos rural y urbano. B. Adecuaci¢n de la infraestructura sanitaria de la vivienda Las caracter¡sticas de las instalaciones sanitarias del hogar para la higiene personal, la deposici¢n de excretas, y su procesamiento y eliminaci¢n, son determinantes significativos de las condiciones de vida de sus miembros. Las instalaciones sanitarias comprenden los servicios sanitarios (lugares con construcciones destinadas a la higiene personal y a la deposici¢n de excretas) y los sistemas o construcciones dise¤ados para la evacuaci¢n y procesamiento de las excretas. 1. Servicios sanitarios Los servicios sanitarios de las viviendas satisfacen necesidades de higiene personal, permiten aliviar las tensiones f¡sicas que provoca la retenci¢n de desechos corporales, y evitan las molestias ocasionadas por las emanaciones que stos producen. La definici¢n de estas necesidades y la forma de satisfacerlas se han ido modificando a travs del tiempo, redefinindose paralelamente las caracter¡sticas requeridas de los servicios sanitarios. Una forma de identificar los rasgos de los servicios sanitarios adecuados para la satisfacci¢n de las necesidades mencionadas, es a travs del examen de los requerimientos de patrones culturales que definen el uso de esos servicios. En primer lugar, las salas de ba¤o se conciben por lo general como espacios destinados a satisfacer las necesidades de eliminaci¢n de desechos corporales, de higiene y de acicalamiento personal. La facilidad de su acceso en el momento deseado es un signo de comodidad y bienestar para los miembros del hogar, por cuanto condiciona aunque s¢lo parcialmente la satisfacci¢n de estas necesidades. Como dicha facilidad es inversamente proporcional al n£mero de personas que tienen acceso a una misma sala de ba¤o, un indicador sencillo de satisfacci¢n estar¡a dado por su densidad de uso, tal como se expresa en el cociente entre el n£mero de personas y el n£mero de ba¤os de una vivienda. Dado que el censo no investig¢ el n£mero de cuartos de ba¤o de cada vivienda, no resulta posible elaborar un indicador de ese tipo; s¢lo se puede identificar la situaci¢n muy cr¡tica de los hogares que no disponen de servicio sanitario alguno. En segundo lugar, los patrones culturales que norman las conductas relacionadas con la higiene personal y la eliminaci¢n de desechos corporales, ubican tales comportamientos en el mbito privado; la vigencia de estos patrones se refleja en una tendencia general a ocultar o disimular el ejercicio de esas funciones ante personas que no pertenezcan al c¡rculo de familiares m s ¡ntimo. La satisfacci¢n de esta necesidad psicosocial de intimidad y privacidad en cuanto a la higiene y a las deposiciones, se torna m s dif¡cil cuando se comparten las instalaciones sanitarias con otros hogares. A ello se agrega que en esos casos resulta dif¡cil para cada uno de los hogares que lo comparten controlar que el mantenimiento de las condiciones higinicas del servicio sanitario se ajuste a sus propios h bitos de higiene. Desde este punto de vista, parece adecuado considerar las situaciones de ba¤os compartidos por dos o m s hogares como indicador de carencias importantes. Finalmente, los servicios sanitarios de los hogares deben permitir que las personas no sean afectadas por las emanaciones de las excretas, o por la proliferaci¢n de insectos atra¡dos por stas, lo que suele ocurrir cuando no existe un sistema de arrastre de agua de las deposiciones. El indicador de privaci¢n que nos proporciona el censo para estos casos es el uso de letrinas. Se¤alamos, de este modo, tres dimensiones de las necesidades que conciernen a los servicios sanitarios del hogar cuya satisfacci¢n contribuye de modo variable al bienestar de los miembros del hogar: a) eliminaci¢n de desechos personales, higiene y acicalamiento; b) privacidad, y c) salubridad. Con miras a garantizar el car cter cr¡tico de la privaci¢n considerada, optamos por seleccionar para cada dimensi¢n un indicador de situaciones extremas. As¡, para la primera dimensi¢n, tomamos solamente los hogares que declaraban no tener servicios sanitarios; esto es, que no dispon¡an en la vivienda o en el terreno que sta ocupaba de una instalaci¢n dise¤ada para la deposici¢n de excretas. Para la segunda y tercera dimensi¢n consideramos como cr¡tica la situaci¢n de hogares que compart¡an una letrina con otros hogares, donde se combinan insalubridad con falta de privacidad. Aun en el medio rural, estas condiciones de vida pueden ser mejoradas f cilmente con un m¡nimo de inversi¢n, mediante la construcci¢n de una letrina. El conjunto de hogares que no tienen servicios sanitarios en la vivienda constituye una categor¡a extrema de privaci¢n en esta rea. En 1985, Uruguay presentaba un 3.8% de los hogares en estas condiciones, concentrados en el rea rural, donde la proporci¢n alcanzaba al 13.5%, mientras que en el sector urbano s¢lo se registraba un 2.5%. El significado de estas cifras puede relativizarse, compar ndolas con las que se desprenden de la investigaci¢n del INDEC sobre la pobreza en la Argentina, seg£n la cual el 4.9% del total de los hogares se registraban bajo esas condiciones en 1980, alcanzando en el rea rural al 18.1%15 16. Volviendo al Uruguay, y de acuerdo a los datos del 1985, cuando se adicionan los hogares que comparten letrina a todos aquellos que no tienen servicios sanitarios, el porcentaje de los que presentan privaciones cr¡ticas aumenta al 7.2%, siendo de un 5.5% en las reas urbanas, y de un 16.1% en las rurales. 2. Evacuaci¢n de excretas Con respecto a las construcciones o conexiones destinadas a la evacuaci¢n de excretas, se ha considerado como privaci¢n cr¡tica la falta de conexi¢n a la red cloacal, a una fosa sptica o a un pozo negro; es decir, a la situaci¢n de los hogares que no cuentan con un sistema espec¡ficamente dise¤ado para eliminar o procesar las deposiciones de sus miembros. Tales circunstancias se¤alan carencias evidentes de comodidad e higiene, adem s de no satisfacer requerimientos b sicos de salud dado el riesgo permanente de contaminacion del subsuelo. ®Las consecuencias son m s graves cuando los afluentes llegan a correr por la superficie, cuando coexisten con pozos o aljibes para la provisi¢n de aguas y cuando, por deficiencias en las instalaciones, permiten el contagio a travs de vectores¯17. El trabajo sobre mortalidad infantil de la DGEyC/CELADE arroja alguna evidencia en apoyo de esta afirmaci¢n. Como se observa en el cuadro 4, tanto en los sectores urbanos como en los rurales la mortalidad infantil es mayor entre los hogares que no disponen de sistema de evacuaci¢n de ning£n tipo que en el resto de los hogares. Cuadro 4 URUGUAY: TASAS DE MORTALIDAD INFANTIL DEL PERIODO 1961-1971 POR LUGAR DE RESIDENCIA, SEGUN EVACUACION DEL SERVICIO SANITARIO (Tasas por mil seg£n el Censo de 1975) ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿ ³ Lugar ³ Evacuaci¢n del servicio sanitario ³ ³ de ÃÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ´ ³ residencia ³ Red ³ Fosa sptica ³ Otro (hueco en el ³ ³ ³ p£blica ³ y pozo negro ³ suelo, etc.) y sin servicio ³ ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ Total pa¡s 35,0 52,0 70,4 Montevideo (capital) 34,5 49,1 71,8 Total urbano (sin capital) 35,8 55,5 79,0 Capitales departamento 35,7 62,0 83,9 Otras ciudades 35,2 51,7 70,8 Resto urbano 41,3 50,1 76,5 Otras ciudades m s resto urbano 36,4 50,9 74,2 Rural 42,5(a) 45,5 61,5 ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ Fuente: DGE y CELADE, 1987, cuadro 22. (a) Este valor es representativo en su casi totalidad de la zona rural del departamento de Montevideo. Es interesante observar tambin que, tanto en el caso de los hogares que utilizan fosas spticas o pozos negros, como en los que s¢lo acceden a ®otras¯ formas de deposici¢n de excretas, la mortalidad infantil es mayor en los centros urbanos que en los rurales. Esta constataci¢n es congruente con dos fen¢menos que vale la pena se¤alar. Primero, que si bien en las localidades m s urbanas, donde la conexi¢n con la red cloacal p£blica entra dentro del dominio de opciones factibles a los hogares, su falta puede interpretarse como una situaci¢n de pobreza, ste no es necesariamente el caso en las reas rurales, en las que no existe infraestructura cloacal. Segundo, la mayor mortalidad infantil urbana puede estar reflejando el problema de la contaminaci¢n del subsuelo y, a travs de ste, de las aguas utilizadas para beber y cocinar. En efecto, como la posibilidad de contaminaci¢n es mayor a medida que aumenta la densidad de hogares sin acceso a la evacuaci¢n de excretas por la red cloacal, y disminuye con la distancia entre las fuentes de agua potable y los lugares de deposici¢n, resultar¡a comprensible que los problemas de contaminaci¢n y sus consecuencias sobre la salud se concentren en las reas m s densamente pobladas. Aun cuando los riesgos para la salud de los moradores de las viviendas que utilizan tanto fosas spticas como pozos negros son mayores que en el caso de conexi¢n a la red p£blica, se puede hacer una distinci¢n entre los dos primeros tipos de desages. La fosa sptica, cuando se construye de acuerdo a las especificaciones tcnicas de los gobiernos municipales, es una c mara cerrada de cemento, a la cual dan los desages y donde se producen fen¢menos de decantaci¢n y putrefacci¢n. Estas fosas desaguan finalmente por rebalse, a un pozo de absorci¢n. El pozo negro, en cambio, es una excavaci¢n cerrada por una losa y cuyas paredes laterales pueden o no estar revestidas de ladrillo u otro material, y a la cual van a dar las materias eliminadas. La fosa sptica es una forma de desage que ofrece menores posibilidades de contaminaci¢n que el pozo negro y, por lo tanto, mejor calidad sanitaria. A pesar de estas diferencias, no fue posible analizar por separado estas dos formas de desage dado que el censo uruguayo de 1985 registr¢ los hogares con fosas spticas y con pozos negros en una misma categor¡a, y que el conjunto de la informaci¢n que proporciona el censo no permite conocer el grado en que la construcci¢n de estos servicios se ajusta a los est ndares definidos por las autoridades sanitarias del pa¡s, siendo dable suponer la existencia de una amplia variabilidad en cuanto a la calidad de la construcci¢n seg£n la ubicaci¢n territorial de la misma. De este modo, tanto la debilidad de la informaci¢n sobre tipos y calidades de los servicios de evacuaci¢n de excretas no conectados a la red p£blica y su falta de desagregaci¢n, como las variables consecuencias que sobre la salud de las personas se derivan del uso de esos servicios seg£n su ubicaci¢n, nos llevan a concluir que el dato censal sobre pozos negros y fosas spticas no tiene un significado un¡voco en cuanto a la evaluaci¢n de las condiciones sanitarias del hogar. Por lo tanto, dada la ¢ptica ®conservadora¯ que hemos asumido y que nos lleva a excluir del NBI los casos dudosos o que se prestan a registros de situaciones heterogneas, no incluimos los pozos negros y las fosas spticas como carencias cr¡ticas, considerando como tales s¢lo la situaci¢n de aquellos hogares que no est n conectados ni a la red p£blica, ni a una fosa sptica, ni a un pozo negro. En el £ltimo censo uruguayo la proporci¢n de viviendas en estas condiciones alcanz¢ a un 5.3% del total del pa¡s, un 3.5% en los sectores urbanos y un 18.3% en el medio rural. En resumen, el indicador finalmente adoptado para medir el nivel de adecuaci¢n de las instalaciones sanitarias de la vivienda define como hogares con necesidades b sicas insatisfechas en esta dimensi¢n a los que habitan locales sin servicio sanitario, a los que comparten una letrina con otros hogares y a los que no cuentan con conexi¢n a pozo negro, fosa sptica o red p£blica, para la evacuaci¢n y procesamiento de excretas. C. Calidad de la vivienda La vivienda cubre una amplia variedad de necesidades de los miembros de un hogar, destac ndose entre ellas la protecci¢n o abrigo contra las inclemencias del tiempo (temperaturas extremas, viento y lluvia) y contra factores ambientales adversos (polvo, insectos, etc.). Adem s de definir las condiciones generales de vida en el hogar, los dficit en la capacidad que muestran las viviendas para preservar a sus habitantes de la influencia de estos factores pueden tener consecuencias objetivas importantes para su salud y, por ende, afectar sus expectativas de vida. Pero tambin tienen consecuencias subjetivas no menos importantes, en cuanto a sentimientos de privaci¢n relativa y de percepci¢n de marginalidad que surgen al contrastar la propia situaci¢n con los est ndares vigentes en la sociedad de la cual el hogar forma parte. A la funci¢n mencionada de separaci¢n y aislamiento relativo del medio natural se agrega la funci¢n de separaci¢n y aislamiento relativo del medio social. En la civilizaci¢n occidental el hogar se define como un mbito privado de interacci¢n. El marco normativo que regula y orienta el comportamiento de sus miembros suele ser m s laxo que el que rije en el mundo externo y, por lo tanto, brinda un contexto adecuado para la exteriorizaci¢n de sentimientos y descarga de tensiones emocionales, que cumplen funciones muy importantes en los procesos de socializaci¢n de los ni¤os, y en los mecanismos que mantienen la estabilidad ps¡quica de los adultos. En este sentido, los requerimientos habitacionales tambin responden a la necesidad del hogar de mantener un m¡nimo de privacidad con respecto a otros hogares. La importancia que la sociedad otorga a esta funci¢n se refleja en la forma en que se valora el hecho de que una vivienda brinde a sus ocupantes un mayor o menor control sobre el grado de exposici¢n p£blica de las relaciones primarias cotidianas entre los miembros del hogar. En relaci¢n con la dimensi¢n de aislamiento del medio natural, el Censo de 1985 investig¢ una serie de variables que pueden servir de base para la construcci¢n de un indicador del grado de satisfacci¢n de la necesidad correspondiente. Se trata de los materiales predominantes en techos, paredes y pisos. Las categor¡as estudiadas fueron las siguientes: 1 ¨Cu l es el material predominante en las paredes exteriores de la vivienda? Mamposter¡a: ladrillos, bloques, ticholos, piedras, etc.. Maderas, chapas de zinc, fibrocemento.......................... Barro (terr¢n, adobe, fajina) ................................. Lata o material de desecho .................................... Otro: ......................................................... (Especificar) 2. ¨Cu l es el material predominante en los techos de la vivienda? Planchada de hormig¢n, bovedilla, con o sin tejas ...... Chapas de zinc, fibrocemento, aluminio, cart¢n asf ltico, tejas sobre entramado: con cielorraso ................................................ sin cielorraso ................................................ Paja .......................................................... Lata o material de desecho .................................... Otro: ......................................................... (Especificar) 3. ¨Cu l es el material predominante en los pisos de la vivienda? Tierra o cascote suelto ....................................... Hormig¢n o alisado de P¢rtland, piedras y ladrillos ........... Madera, baldosas, parqu, etc. ................................ Otro: ......................................................... (Especificar) Se consider¢ como situaci¢n de privaci¢n cr¡tica en esta dimensi¢n, la de los hogares que resid¡an en viviendas cuyas paredes o techos eran de lata o material de desecho, o cuyos pisos eran de tierra o cascote suelto. Aun cuando constatamos que muchas viviendas de hogares de escasos recursos tienen paredes de barro (terr¢n, adobe o fajina), no incluimos esa caracter¡stica como privaci¢n cr¡tica por considerar que ese material puede operar como un buen aislante de condiciones clim ticas y ambientales adversas tal como stas se dan en el territorio uruguayo. Adem s, presumimos que en aquellos casos en que las paredes de barro correspondieran a situaciones de pobreza, tal como seguramente ocurre en muchos ranchos en las reas rurales, ello se reflejar en los materiales precarios utilizados en los pisos y en los techos. En el caso de los ranchos, stos ser n de tierra y paja, respectivamente. Una consideraci¢n similar dio lugar a la exclusi¢n de los techos de paja, aunque aqu¡ se tuvo tambin en cuenta la constataci¢n de que, si bien la paja es un elemento caracter¡stico en los techos de las viviendas rurales pobres, tambin se la encuentra en viviendas de alto valor, lo que probar¡a que bajo ciertas condiciones de construcci¢n puede resultar un material aislante eficaz. Una forma sencilla de poner a prueba la afirmaci¢n anterior, es comparando el material predominante en los pisos de las viviendas con techos de paja, con aquellos que predominan en viviendas con techos de otros materiales relativamente precarios. Al respecto, se pudo constatar que entre las viviendas con techos de paja, el porcentaje de pisos recubiertos era significativamente mayor que entre las viviendas con techos livianos sin cielorraso y con techos de lata o material de desecho. En el caso del techo de paja encontramos, adem s, la polarizaci¢n m s marcada en cuanto a la calidad de los pisos de la vivienda. Tambin se excluyeron del indicador de calidad de la vivienda aquellos datos que se registraron en la categor¡a de ®otros materiales¯ en pisos, techos y paredes. En todos los casos se trat¢ de una muy baja proporci¢n de las viviendas de Montevideo que, en ninguna de las tres categor¡as, super¢ el dos por mil. De todos modos, constatamos que los pocos casos clasificados con pisos de ®otros materiales¯ en Montevideo, dif¡cilmente podr¡an considerarse como construcciones con carencias cr¡ticas, dado que correspond¡an a viviendas con paredes de mamposter¡a y techos de planchada de hormig¢n, el 90% de las cuales registraban pisos recubiertos. Algo similar ocurr¡a con la categor¡a de ®otros¯, en cuanto a materiales predominantes en las paredes, donde se comprob¢ que el 77% ten¡a techo de planchada y pisos recubiertos. Las viviendas cuyos techos se registraron en la categor¡a de "otros materiales", fueron en Montevideo menos del uno por mil y, por ende, se descartaron. En lo que concierne a la dimensi¢n de aislamiento del medio social, se construy¢ un indicador que tomaba en cuenta el n£mero de hogares dentro de una misma vivienda, dando por hecho que cuando se trataba de seis o m s hogares y al menos dos de stos compart¡an un ba¤o, hab¡a una evidente carencia cr¡tica en lo que se refiere a la necesidad de privacidad de cada uno de los hogares cohabitantes. Tales situaciones son las que suelen caracterizar los inquilinatos, que corresponden en la mayor¡a de los casos a viviendas deshabitadas que han sido ocupadas de hecho, o a ex-residencias privadas, pensiones u hoteles en los que se arriendan habitaciones a hogares. La mayor¡a de estas £ltimas viviendas han sufrido un desgaste que las inhabilita para seguir cumpliendo la funci¢n para la cual fueron originalmente dise¤adas, por lo que resulta rentable dedicarlas a inquilinatos. El indicador de calidad de la vivienda, con sus dos dimensiones de aislamiento del medio natural y del medio social, qued¢ finalmente construido de modo que abarcara los hogares que reun¡an una u otra de las caracter¡sticas siguientes: i) con paredes de lata o material de desecho; ii) con techos de lata o material de desecho; iii) con pisos de tierra o cascote suelto, o iv) vivienda ocupada por seis o m s hogares y donde al menos dos de stos comparten el ba¤o. D. Adecuaci¢n de la capacidad locativa de la vivienda La densidad de ocupaci¢n de la vivienda se expresa en el n£mero de personas por cuarto. A partir de cierto nivel, que en este trabajo hemos definido como m s de dos personas por cuarto, se considera que la vivienda presenta condiciones de hacinamiento 18. Se entiende por ®cuarto¯ tanto el dormitorio, como cualquier lugar de estar, excluyendo ba¤os, cocina, hall y pasillos. La situaci¢n de hacinamiento implica carencias en una serie de dimensiones de la vida familiar, que pueden ser m s o menos graves seg£n la edad, el sexo de los miembros del hogar y las relaciones de parentesco entre los mismos. En su forma m s simple -esto es, sin hacer supuestos sobre la composici¢n por sexo, edad y parentesco del hogar, la sobreocupaci¢n de la vivienda lleva impl¡cita una insatisfacci¢n de la necesidad de privacidad e independencia. En cuanto se agrega la convivencia de sexos surgen problemas de promiscuidad. La presencia de ni¤os plantea problemas de la adecuaci¢n del hogar como contexto de socializaci¢n y, en particular, pone en duda la capacidad del hogar de cumplir el papel socialmente asignado de complementar el entrenamiento escolar. Las condiciones de hacinamiento, incluso en los casos en que stas van acompa¤adas de satisfacci¢n respecto a la calidad de la vivienda y de las condiciones sanitarias, tienen importantes repercusiones en relaci¢n con el fracaso educativo, porque la falta de espacio dificulta la realizaci¢n de tareas escolares o la concentraci¢n en juegos de tipo educativo que constituyen una parte tan importante en el aprestamiento escolar. En situaciones de prolongado estancamiento econ¢mico, como la sufrida por Uruguay en las £ltimas dcadas, en las que se presentan bloqueos importantes para la incorporaci¢n de las nuevas generaciones al mercado de trabajo al mismo tiempo que se reduce la capacidad de consumo de los ingresos individuales, aumenta la frecuencia de parejas j¢venes que, imposibilitadas de arrendar una vivienda, residen con los padres de alguno de los c¢nyuges a la espera de una mejora en la situaci¢n que posibilite el acceso a la vivienda independiente. Tambin se observa un crecimiento del n£mero de adultos j¢venes solteros que, habiendo logrado una vivienda independiente, ven reducida la capacidad locativa de la misma a medida que aumenta el n£mero de hijos, y no disponen de recursos para cambiar de vivienda o para ampliar la que tienen. Todas estas situaciones afectan los niveles de satisfacci¢n de las necesidades esenciales de privacidad e intimidad de la pareja y de los otros miembros del hogar, llev ndolos en algunos casos por debajo del m¡nimo indispensable para mantener un adecuado equilibrio ps¡quico. Para determinar cu l es el n£mero de personas por cuarto que define dentro de los est ndares uruguayos un problema de hacinamiento, tuvimos en cuenta las formas de ocupaci¢n de la vivienda en Montevideo y en las ciudades del interior del pa¡s. Despus de varios ensayos, en los cuales partimos con las recomendaciones internacionales antes citadas y tuvimos en cuenta la definici¢n que se utiliza en la publicaci¢n ®La pobreza en la Argentina¯, encontramos que para Uruguay parec¡a conveniente fijar la relaci¢n en ®m s de dos personas por cuarto¯. Ello implica que un hogar formado por un matrimonio con un hijo que habita un local de un solo ambiente ser considerado con privaci¢n cr¡tica en esta dimensi¢n. Lo mismo ocurrir¡a con un hogar de cinco o m s personas en dos ambientes, de siete o m s en tres, y as¡ sucesivamente. Si bien la consideraci¢n simult nea de edad, sexo y relaci¢n de parentesco hubiera permitido refinar el indicador acerc ndolo al contenido conceptual de la necesidad investigada, la complejidad del procedimiento llev¢ a descartarlo. El comportamiento del indicador de hacinamiento fue analizado a travs de los datos de la Encuesta de hogares del segundo semestre de 1984, en Montevideo y centros urbanos del interior. Los resultados mostraron que, en Montevideo, el 85% de los hogares con problemas de hacinamiento declaraban ingresos por debajo de la l¡nea de pobreza, mientras que en los no hacinados s¢lo se registraba un 21% de pobres. En las ciudades del interior, donde la incidencia de la pobreza es mayor, m s del 95% de los hogares hacinados se encontraban por debajo de la l¡nea de pobreza, mientras que la misma situaci¢n afectaba al 46% de los no hacinados. La condici¢n de hacinamiento puede, en algunos casos, operar para el hogar como una opci¢n alternativa a la de mudarse a zonas con una peor infraestructura de servicios, o de peor calidad de vivienda, pero en las cuales podr¡a ser satisfecha la necesidad de espacio. Tales opciones son m s frecuentes en localidades urbanas densamente pobladas en las que existe una diversidad de alternativas para un trade-off entre capacidad locativa y calidad de la infraestructura de la vivienda; el efecto agregado de la existencia de tales alternativas ser el de reducir la relaci¢n entre hacinamiento y otras carencias cr¡ticas de la vivienda. E. Adecuaci¢n del acceso a servicios educacionales En sociedades crecientemente articuladas en torno a la tecnolog¡a y el conocimiento cient¡fico, las deficiencias en la preparaci¢n educacional de las nuevas generaciones tienen un impacto decisivo en sus expectativas de vida. Tales deficiencias son frecuentes en los hogares pobres, producto en gran parte de su dbil capacidad socializadora en contenidos que se corresponden o complementan con aquellos que imparte la escuela. Al no existir un continuo hogar-escuela, los ni¤os se enfrentan con barreras que implican costos elevados para el aprendizaje y que, en muchos casos, se traducen en deserci¢n o rezago escolar. En una sociedad como la uruguaya, de antigua pol¡tica educativa, en la que a partir de 1972 el cuerpo legislativo propuso extender a nueve grados o a¤os el ciclo de educaci¢n obligatoria y cuyos mercados de trabajo son altamente organizados, formalizados y de r¡gida relaci¢n nivel educativo nivel de puesto de trabajo, el cumplimiento de la totalidad del ciclo de educaci¢n primaria pasa a ser percibido como un requisito indispensable que los hogares de los distintos estratos sociales tratan de que sus hijos cumplan para no caer en la marginalidad 19. En tales circunstancias, el abandono de la escuela primaria se constituye m s y m s en el eslab¢n central de los mecanismos que reproducen y perpet£an las situaciones de pobreza, por lo que el logro de al menos una escolaridad primaria completa se convierte en una condici¢n m¡nima necesaria aunque no suficiente para garantizar la integraci¢n del individuo a la sociedad. A los efectos de elaborar una medida de las carencias en cuanto al acceso a los servicios educacionales, se consider¢ que un hogar presenta una privaci¢n cr¡tica en esta dimensi¢n cuando incluye una o m s personas de entre 6 y 15 a¤os que no hab¡an terminado y que no asist¡an a la escuela primaria, o una persona de entre 7 y 15 a¤os que nunca hab¡a asistido 20. Las tabulaciones publicadas del Censo de poblaci¢n y vivienda de 1985 no dejan apreciar el volumen de la poblaci¢n que presentaba esas caracter¡sticas. Sin embargo, los datos sobre asistencia escolar nos permiten aproximarnos a la magnitud del fen¢meno. Se observa que s¢lo un 1.7% de los ni¤os de entre 6 y 11 a¤os no asist¡an a la escuela habiendo asistido, y que el 6 por mil de los ni¤os de entre 7 y 11 a¤os nunca hab¡an asistido. Estas cifras indican que la poblaci¢n tiene fuertemente asumida la importancia de la educaci¢n y realiza los esfuerzos necesarios para enviar los ni¤os a la escuela, lo que hace m s notable la marginalidad de aquellos hogares que tienen ni¤os en edad escolar que no est n asistiendo a establecimientos educacionales. El ciclo de educaci¢n primaria normal (sin repeticiones) se cumple entre los 6 ¢ 7 a¤os y los 11 ¢ 12 a¤os, dependiendo las edades de entrada y salida del mes de nacimiento. El l¡mite de 15 a¤os se tom¢ considerando que los que no hubieran completado la ense¤anza primaria a esa edad mostraban un dif¡cilmente recuperable. Se podr¡a argir que una proporci¢n importante de los ni¤os en edad escolar que nunca asistieron a la escuela, o que no asistiendo en el momento del censo no hubieran completado tampoco el ciclo primario, son ni¤os con alg£n tipo de discapacitaci¢n. Si bien no podemos someter este argumento a prueba emp¡rica, consideramos que incluso en el caso de los discapacitados el pa¡s provee oportunidades para su educaci¢n en instituciones especializadas, y por lo tanto la falta de acceso a las mismas muestra carencias propias de situaciones de pobreza. Por otra parte, nuestro an lisis de los datos de la Encuesta de hogares del segundo semestre de 1984 nos permiti¢ constatar una estrecha relaci¢n entre el ingreso per c pita de los hogares y la presencia de ni¤os en edad escolar que no asist¡an a la escuela. En efecto, en Montevideo, el 78% de estos £ltimos hogares se ubicaban por debajo de la l¡nea de pobreza, frente al 24% de los hogares que no ten¡an ni¤os no asistiendo a la escuela. En las ciudades del interior, los porcentajes correspondientes eran de 87.5% y 50%, respectivamente. F. Capacidad de subsistencia de los hogares Se busc¢ identificar los hogares con una baja capacidad potencial de obtener ingresos para la subsistencia adecuada de todos sus miembros. Se supuso que esta situaci¢n caracterizaba a los hogares con una alta proporci¢n de no activos y no perceptores (jubilados, rentistas o pensionistas), y con jefes con un nivel de educaci¢n lo suficientemente bajo como para constituir una clara desventaja en cuanto a sus posibilidades de competir en el mercado ocupacional. La l¢gica que subyace tras la construcci¢n de este indicador parte del hecho de que las personas de bajo nivel educacional enfrentan una creciente restricci¢n de oportunidades ocupacionales. Tal restricci¢n se acent£a a medida que aumenta el n£mero de personas a su cargo. Ello es as¡ porque, por un lado, la movilidad geogr fica que permitir¡a acercarse a los lugares del mercado con trabajos m s abundantes o mejor remunerados tiene un mayor costo material y no material cuanto mayor es el tama¤o de la familia. Por otro, porque este hecho tambin disminuye el margen de maniobra para acceder a programas de capacitaci¢n, con lo cual se ven crecientemente afectadas sus posibilidades de percepci¢n de ingresos, tanto actuales como futuras. Una primera precisi¢n que fue necesario introducir, fue la de condicionar el requisito de educaci¢n a la edad del jefe. El an lisis de los datos de la Encuesta de hogares nos permiti¢ observar que en los jefes menores de 45 a¤os el no haber finalizado el ciclo de educaci¢n primaria estaba fuertemente ligado a ingresos personales por debajo de la l¡nea de pobreza, pero que entre los mayores de esa edad, el n£mero de a¤os de educaci¢n necesario para rebasar la l¡nea de pobreza descend¡a abruptamente. Esta diferencia se vincula con derechos y privilegios adquiridos por la antigedad en los puestos de trabajo, pero tambin con los cambios ocurridos en los criterios de reclutamiento del mercado laboral. Una buena parte de los mayores de 45 a¤os se han incorporado al mercado cuando el hecho de saber leer y escribir era una condici¢n suficiente para ser considerado candidato potencial en el sector p£blico y en una amplia variedad de actividades privadas. Una vez insertados en la estructura ocupacional, la acumulaci¢n de experiencia y la adquisici¢n de derechos en un mercado fuertemente sindicalizado, les permitieron obtener y mantener un nivel de ingresos alto respecto a personas de generaciones posteriores con niveles de educaci¢n similares. Estas consideraciones nos llevaron a definir distintos niveles de educaci¢n para ambos grupos de edad, con miras a homogeneizar sus ventajas relativas en el mercado. Por las razones ya mencionadas en los comentarios al indicador anterior, en el grupo m s joven se estableci¢ un m¡nimo de cinco a¤os de educaci¢n primaria. Entre los mayores de 45 a¤os, en cambio, se establecieron s¢lo dos a¤os de educaci¢n formal. Para ello, se tom¢ en cuenta el hecho de que en las reas rurales durante mucho tiempo hubo escuelas que completaban el ciclo primario con s¢lo tres a¤os. Esto se refleja en los datos preliminares del Censo de poblaci¢n y vivienda de 1985, donde vemos que en las reas rurales un alto porcentaje de los jefes mayores de 45 a¤os con tres a¤os de educaci¢n formal declaran haber completado el ciclo primario (por ejemplo, en la parte rural del departamento de Soriano, un 50% de las personas mayores de 45 a¤os que alcanzaron 3§. y 4§. grado de educaci¢n primaria declararon en el Censo de 1985 haber completado ese ciclo. Entre las personas de 16 a 44 a¤os, el porcentaje correspondiente fue de 1.7%). La definici¢n del ¡ndice requiri¢ resolver otros problemas. En primer lugar, nos preguntamos si deb¡amos considerar en el denominador s¢lo a los jefes ocupados, incluyendo a las personas empleadas que no hubieran trabajado durante el per¡odo de referencia, o si deb¡amos agregar tambin a los perceptores no ocupados (jubilados, pensionistas o rentistas). Nos inclinamos por esta £ltima opci¢n, dado que el no hacerlo hubiera discriminado en contra de los hogares con jefes de mayor edad y, por otra parte, no se atender¡a al hecho de que la capacidad de subsistencia de un hogar se vincula m s con la calidad de perceptor de ingresos del jefe que con su calidad de ocupado. En segundo lugar, nos encontramos con una peque¤a proporci¢n de hogares rurales con jefatura femenina, y en los que no figuraba ning£n perceptor. Posiblemente, ello se¤ala la existencia de transferencias de ingresos en reas donde los hombres viven parte de la semana o por per¡odos m s largos alejados de sus familias, en las casas colectivas de las estancias. Tambin tuvimos en cuenta las conclusiones de varios estudios, que coinciden en se¤alar una sistem tica subestimaci¢n de la actividad econ¢mica femenina y de las jubiladas y pensionistas en las reas rurales, en favor de la categor¡a ®ama de casa¯. En base a estos antecedentes, optamos por garantizar el car cter cr¡tico del indicador, y consideramos al jefe de hogar como si formara parte de la categor¡a de ocupados o perceptores, con lo que disminuimos las probabilidades de que el hogar pudiera ser definido como experimentando necesidades b sicas insatisfechas en esta dimensi¢n, cuando no lo estaba. Con el mismo esp¡ritu, se registraron todos los "ignorados"en condici¢n de actividad, como ocupados o perceptores. Un tercer problema que enfrentamos fue el de incluir o no a los trabajadores familiares no remunerados (TFNR), dentro del conjunto de los ocupados y perceptores. Nos inclinamos por incluirlos, atendiendo al hecho de su contribuci¢n al ingreso total del hogar a travs del aporte de su trabajo a la unidad productiva familiar. Tales unidades tienen particular significaci¢n en el sector agropecuario. En s¡ntesis, el indicador seleccionado para esta dimensi¢n clasifica como hogares con carencias cr¡ticas a aquellos con jefes de 44 a¤os y menos con primaria incompleta, o de 45 a¤os y m s con 0 a 2 a¤os de educaci¢n formal, en hogares con m s de 3 personas por ocupados m s perceptores. ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿ ³ Bibliograf¡a ³ ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ ù Botvinik J. (1990), ®Pobreza y necesidades b sicas¯, PNUD, Caracas, junio. ù Bustelo E.S. y A.Minujin (1994), ®La pol¡tica social en los tiempos del c¢lera¯ ,en Las pol¡ticas sociales en el Cono Sur, Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), Centro Latinoamericano de Econom¡a Humana (CLAEH), Montevideo, Uruguay. ù Comisi¢n Econ¢mica para Amrica Latina y el Caribe (CEPAL) (1995), ®Focalizaci¢n y pobreza¯, Cuadernos de la CEPAL, N§71, Santiago de Chile, mayo de 1995 ù ------------- (1994a),¯Experiencias recientes de selecci¢n de beneficiarios en Costa Rica: una evaluaci¢n del SISBEN¯ ( LC/R.1476), Santiago de Chile, diciembre. ù ------------- (1994b), Panorama Social de Amrica Latina, 1994, Santiago de Chile, noviembre de 1994, cuadro 51, p. 203 y ss. ù ------------- (1985), ®Vivienda y ambiente urbano en el Uruguay¯ (LC/G.1342/Add.1), mayo. ù -------------, Oficina de Montevideo (1987), La reproducci¢n biol¢gica y social de los hogares de Montevideo, Montevideo, Uruguay. ù -------------, Oficina de Montevideo (1990), Los pasivos en el Uruguay: sus caracter¡sticas sociales, Montevideo, Uruguay. ù Direcci¢n General de Estad¡stica y Censos/Centro Latinoamericano de Demograf¡a (DGEyC/ CELADE) (1987), Uruguay: mortalidad infantil seg£n variables socioecon¢micas y geogr ficas, Montevideo, Uruguay, marzo. ù Direcci¢n General de Estad¡stica y Censos del Uruguay/Comisi¢n Econ¢mica para Amrica Latina y el Caribe (DGEyC/CEPAL)(1989), Pobreza y necesidades b sicas en el Uruguay, Ed. 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Alojamiento y - Tipo de vivienda - Hogares residiendo en viviendas del tipo equipamiento domstico inquilinato, rancho u otros, viviendas de m¡nimo adecuado para otro tipo cuyas paredes son de lata o ma- el hogar terial de desecho. 107,46 45,98 - Hacinamiento - M s de dos personas por habitaci¢n (in- cluye todas las habitaciones con excep- ci¢n de la cocina, ba¤os 696,65 682,13 2. Infraestructura que - Disponibilidad de - Hogares que utilizan para beber y cocinar garantice st ndares agua potable agua proviniente de aljibes, cachimbas, a- sanitarios m¡nimos rroyos, acequias. 240,00 344,58 - Tipo de sistema de - Hogares sin baños o con sistema de eva- eliminaci¢n de excretas cuaci¢n de excretas clasificados en la ca- tegor¡a "otros" 49,20 64,32 3. Acceso a servicios - Asistencia escolar - Con presencia de niños de 6 a 13 a¤os que de educaci¢n no asisten a un estable 91,80 85,36 ñanza 4. Capacidad de - Jefes de hogar con - Jefes de 44 años y menos con hasta 5 años subsistencia del cargas familiares de educaci¢n primaria y de 45 años y más hogar con niveles educacio- con 0 a 2 a¤os de educaci¢n primaria, en ho- nales insuficientes gares con m s de tres perso 139,82 250,00 tor de ingresos ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ (a) Con datos de Montevideo e interior urbano, segundo semestre, 1984. (b) El nivel de significaci¢n de todos los coeficientes chi cuadrado es igual o menor que ,0000 D |
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