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      ³        2.1  LA MEDICION DE LAS NECESIDADES BASICAS            ³
      ³          INSATISFECHAS EN LOS CENSOS DE POBLACION             ³
      ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ
                             Rubn Kaztman
         Comisi¢n Econ¢mica par Amrica Latina y el Caribe (CEPAL) 
                           Montevideo, Uruguay 


     I. INTRODUCCION

        Los mapas de carencias cr¡ticas han sido concebidos como instru
        mentos  tcnicos,  objetivos  y  de  aplicaci¢n  uniforme  cuya
        finalidad  es  contribuir  a  la racionalizaci¢n y optimizaci¢n
        del gasto social. Con ese prop¢sito buscan estimar, a nivel tan
        desagregado  como  se  quiera,  el peso relativo de hogares con
        carencias  cr¡ticas  en el total de hogares de cada localidad o
        estrato  de  asentamiento poblacional. Tambin permiten identi-
        ficar las carencias mas importantes en cada unidad geogr fica y
        analizar   el   perfil  sociodemogr fico  de  los  hogares  con
        carencias contrast ndolo con el del resto de los hogares. 

        A mi  juicio,  los  mapas  de carencias cr¡ticas constituyen la
        utilizaci¢n  mas  ambiciosa  y exitosa de la informaci¢n censal
        con  fines  de  programaci¢n  social.  Sus  bondades  se tornan
        evidentes  dadas las limitaciones de los censos para incorporar
        cualquier  tipo  de investigaci¢n que exceda los prop¢sitos que
        tradicionalmente  orientan su dise¤o. En efecto, la recolecci¢n
        simult nea,  el  procesamiento  y  la  difusi¢n  de informaci¢n
        confiable  sobre  la  totalidad  de  la  poblaci¢n  de  un pa¡s
        requieren  una organizaci¢n que pueda controlar los detalles de
        cada  paso  del  censo. Lo costoso y complejo de esta operaci¢n
        restringe  la  capacidad  de  las  oficinas  estad¡sticas  para
        aceptar  demandas  tem ticas  mas all  del m¡nimo indispensable
        para  obtener  una radiograf¡a peri¢dica de la situaci¢n socio-
        demogr fica.  Pese a ello, dado que el reconocimiento generali-
        zado  de  la  utilidad  de  los  mapas  de  necesidades b sicas
        insatisfechas   para   orientar   las   pol¡ticas  sociales  ha
        contribuido a prestigiar la labor de las oficinas nacionales de
        estad¡stica,  los  responsables  de esas tareas parecen mostrar
        una  mayor  permeabilidad  a  la  inclusi¢n  o  modificaci¢n de
        preguntas que permiten, sin desvirtuar los objetivos originales
        del  censo,  mejorar  la  investigaci¢n de la magnitud, locali-
        zaci¢n y caracter¡sticas de los hogares con carencias cr¡ticas.

        En  los pa¡ses latinoamericanos que aplicaron esta metodolog¡a,
        la  difusi¢n de sus resultados revelan el gran potencial de los
        censos  como fuente de informaci¢n para el ataque a la pobreza;
        elev¢  la  sensibilidad  p£blica  sobre  el  tema y promovi¢ un
        debate  nacional  sobre  la  adecuaci¢n  de  los indicadores de
        pobreza. Todo ello tuvo un efecto benfico general: estimul¢ la
        uniformaci¢n  de  las  definiciones y usos de indicadores entre
        los  organismos  responsables  de  la  acci¢n social; redujo la
        duplicidad  de  esfuerzos  y  cre¢ condiciones para integrar la
        informaci¢n  y  coordinar  mejor  la  acci¢n dirigida hacia los
        pobres. 

        La importancia de  este £ltimo logro no ha sido, a mi entender,
        suficientemente  destacada.  En  los £ltimos a¤os, aquellos que
        desde  distintos   ngulos  se ocupan del tema de la pobreza han
        tenido  oportunidades  de observar un creciente acercamiento de
        los  especialistas  en las distintas tareas que median entre el
        pensamiento  y la intervenci¢n social: los que conceptualizan y
        operacionalizan  el  problema,  los  productores  de  datos que
        organizan la recolecci¢n de informaci¢n y la procesan, expertos
        en inform tica que desarrollan o adaptan tecnolog¡as georeferen-
        ciales,   analistas  de  informaci¢n,  dise¤adores,  decisores,
        implementadores  y  evaluadores de programas. Esto ha resultado
        en  una  sinergia  positiva,  en  la  cual  los  esfuerzos  por
        racionalizar  y  optimizar  el gasto social tienen como contra-
        partida  una  racionalizaci¢n y optimizaci¢n de la inversi¢n en
        metodolog¡as  y  tcnicas,  as¡  como  un continuo refinamiento
        conceptual.  En  la  medida  que  favorecieron el desarrollo de
        formas   simples,   atractivas  y  f cilmente  inteligibles  de
        presentaci¢n  de  los  diagn¢sticos,  los  mapas  de  carencias
        criticas se constituyeron en un eslab¢n crucial en este proceso
        de   articulaci¢n  entre  pensamiento  y  acci¢n  en  la  lucha
        anti-pobreza. 

        Por  el  lado  de  los usuarios, el reconocimiento de la impor-
        tancia  y  la  potencialidad de los mapas de carencias criticas
        con  base censal ha despertado interrogantes sobre sus virtudes
        y  limitaciones, as¡ como sobre la medida en que  pueden llegar
        a  satisfacer  demandas  mas complejas de informaci¢n social, o
        revelar  las  cambiantes formas que asume la pobreza. En lo que
        sigue  plantear  sintticamente cinco de los interrogantes mas
        frecuentes referidos a estos mapas: i)  su capacidad de incluir
        o  excluir  beneficiarios  de  las pol¡ticas contra la pobreza;
        ii) la capacidad de hacer  comparaciones en el tiempo; iii)  la
        capacidad de hacer comparaciones en el espacio; iv) la  oportu-
        nidad  de  la  informaci¢n, y v) la adecuaci¢n de las variables
        investigadas. Finalmente, presentar una discusi¢n detallada de
        los  indicadores que fueron incorporados al mapa de necesidades
        b sicas  insatisfechas  en  el Uruguay, con base en el censo de
        1985.

     II.VIRTUDES  Y  LIMITACIONES  DE  LOS MAPAS CENSALES DE CARENCIAS
        CRITICAS

     A. Problemas de inclusi¢n y de exclusi¢n: restricciones en cuanto
        al tipo de pobreza que se investiga

        Para  responder  al interrogante acerca  de la capacidad de los
        mapas de incluir o excluir categor¡as de pobres, es conveniente
        hacer  un  r pido  repaso  de  los criterios de construcci¢n de
        indicadores  de necesidades b sicas insatisfechas. Estos fueron
        b sicamente  cinco.  El primero, que podemos denominar de agre-
        gaci¢n  geogr fica,  busca  localizar  y  analizar  hogares con
        carencias   con  la  mayor  desagregaci¢n  geogr fica  posible.
        El  £nico  instrumento de recolecci¢n de datos con la cobertura
        requerida para alcanzar este objetivo es el censo de poblaci¢n.
        La  elecci¢n  del  censo,  a  su  vez,  pone l¡mites muy claros
        a  la  selecci¢n  de  indicadores. El segundo es el criterio de
        "representatividad".  Dada  la  limitaci¢n recin mencionada, y
        como  una forma de garantizar que las caracter¡sticas seleccio-
        nadas  sean  representativas  de la incapacidad de satisfacci¢n
        de  un  conjunto de necesidades mas amplio que el que investiga
        el  censo,  se  establece que los indicadores deben mostrar una
        asociaci¢n  estad¡sticamente  significativa  con la pobreza por
        ingreso.  El  tercero  es  el criterio de "universalidad". Este
        criterio  busca que el acceso a bienes o servicios que permiten
        satisfacer  la necesidad b sica considerada se encuentre dentro
        de las opciones razonablemente factibles para todos los hogares
        del  territorio  nacional.  Una necesidad se considera insatis-
        fecha  s¢lo  cuando  refleja  privaciones  agudas, y satisfecha
        cuando  se  plantean  dudas  sobre  el  car cter  critico de la
        carencia,  o  cuando  los indicadores se prestan al registro de
        situaciones  heterogneas  en   distintos   mbitos geogr ficos.
        El cuarto criterio es el de "estabilidad". Este da prioridad a
        indicadores  que,  por  su  menor  sensibilidad a la coyuntura,
        reflejen   caracter¡sticas  relativamente  permanentes  de  los
        hogares.  El  £ltimo criterio es el de "simplicidad". Se aplica
        toda vez que se enfrentan dos o mas opciones de validez similar
        para  la  medici¢n  de  una  carencia critica, con el objeto de
        seleccionar el indicador mas simple y f cilmente inteligible. 
 
        Los indicadores construidos en base a estos criterios minimizan
        el  riesgo  de incluir hogares de baja vulnerabilidad social en
        el  total de hogares con carencias. Por su parte, el alto nivel
        de  desagregaci¢n  que  es  posible alcanzar con la informaci¢n
        censal,  y  la  creciente accesibilidad a paquetes inform ticos
        con  metodolog¡as  georeferenciales  que  permiten trabajar con
        localidades  peque¤as,  altamente  homogneas  en  cuanto a las
        carencias  de  los hogares comprendidos, hace que los mapas as¡
        elaborados  resulten  de gran utilidad para focalizar la acci¢n
        de las pol¡ticas sociales.  

        Desde  el  punto  de vista de las limitaciones, los indicadores
        seleccionados  no  permiten  localizar -ni obviamente analizar-
        aquellos hogares que habiendo sufrido recientemente procesos de
        movilidad  descendente pueden considerarse nuevos pobres y que,
        como  tales,  tienen  niveles  educativos, normas de asistencia
        escolar  para  sus  hijos  y  una  infraestructura  de vivienda
        propios  de  su  posici¢n  anterior. En las circunstancias pre-
        sentes  de  muchos pa¡ses latinoamericanos esta es sin duda una
        limitaci¢n  importante, teniendo en cuenta que la nueva pobreza
        es  un  fen¢meno  emergente  de  los procesos de reconversi¢n y
        ajuste  que  se  generalizan en la regi¢n, cuya importancia con
        respecto a los cambios en el perfil de las estructuras sociales
        no  ha sido todav¡a debidamente diagnosticada ni, por supuesto,
        evaluada  en  cuanto a sus consecuencias sociopol¡ticas. Lo que
        s¡  resulta  evidente,  es que en el futuro inmediato tendremos
        que  prepararnos para estimar la magnitud de los nuevos pobres,
        conocer  sus  caracter¡sticas, y producir informaci¢n £til para
        el  dise¤o  e  implementaci¢n  de  pol¡ticas  que  reduzcan  su
        vulnerabilidad e impidan la activaci¢n de mecanismos que lleven
        a su marginaci¢n y a la pobreza cr¢nica. 

        Otra  limitaci¢n  deriva del hecho de que los mapas identifican
        agregados geogr ficos. Ello trae aparejado al menos dos sesgos.
        Por  un  lado, cierto monto de recursos se filtran a hogares no
        pobres que por residir en aglomerados con altas concentraciones
        de  pobreza  aumentan sus posibilidades de ser beneficiarios de
        los bienes o servicios que distribuyen las pol¡ticas. Por otro,
        hogares  que  forman parte de la poblaci¢n a la cual se dirigen
        los  programas  pero que est n ubicados en localidades con baja
        densidad  de  pobreza,  no  son alcanzados por las pol¡ticas de
        base  territorial.  Esto  implica  que la eficacia de los mapas
        como  proveedores  de  informaci¢n  para pol¡ticas anti-pobreza
        est   muy  vinculada  al grado de concentraci¢n espacial de los
        hogares  con  carencias  criticas  y  a  la homogeneidad de sus
        perfiles.  Su  eficiencia,  sin  embargo, es generalmente alta,
        puesto  que  el  costo  de  la desviaci¢n de recursos suele ser
        menor   que  el  de  los  recursos  administrativos  que  ser¡a
        necesario movilizar para afinar la selecci¢n.

     B. Comparabilidad en el tiempo

     1. Consideraciones generales

        Aunque los  mapas de carencias criticas no fueron dise¤ados con
        ese  prop¢sito,  la  mayor¡a  de sus usuarios no dejan de hacer
        deducciones sobre la evoluci¢n de dichas carencias toda vez que
        disponen  de  informaci¢n  para  dos  o  mas puntos del tiempo.
        Ciertas  deducciones  pueden  hacerse  y  otras  no.  Los datos
        resultan  £tiles  para  evaluar  avances  y  retrocesos en cada
        indicador,  y  con  apoyo  de informaci¢n adicional, tambin se
        pueden interpretar validamente como xitos y fracasos parciales
        del impacto provocado por diversos programas. Pero en este caso
        es necesario avanzar con cautela. La mejor¡a de algunos indica-
        dores  (por  ejemplo, hacinamiento, capacidad de subsistencia y
        asistencia  escolar)  puede  estar  afectada,  mas  que  por el
        impacto  de  programas espec¡ficos de vivienda, de educaci¢n, o
        de  apoyo  a  familias  numerosas,  por fen¢menos tales como la
        reducci¢n  de  la fecundidad o la expansi¢n del empleo, los que
        ciertamente responden a otros determinantes. 

        Los  recaudos  deber n  ser  mayores  cuando se trate, ya no de
        seguir  la  evoluci¢n de indicadores singulares, sino de inter-
        pretar  globalmente las variaciones en el porcentaje de hogares
        o  personas que aparecen con necesidades b sicas insatisfechas.
        En  primer lugar, tales variaciones no deben interpretarse como
        cambios  en  la  magnitud  de  la  pobreza. Ya mencion que los
        indicadores  corrientes  de  NBI  (necesidades b sicas insatis-
        fechas)  no permiten identificar a los nuevos pobres y, como se
        ver   mas  adelante,  por  su  construcci¢n es muy probable que
        tambin subestimen la pobreza cr¢nica urbana. Por lo tanto, aun
        cuando  la  preocupaci¢n que da origen a los mapas est  unida a
        la  b£squeda de informaci¢n sobre las situaciones que afectan a
        los grupos poblacionales de alto riesgo, como el ¡ndice general
        de  NBI  mide  s¢lo  un  segmento  de  ellos, la comparaci¢n no
        permite seguir la evoluci¢n de la pobreza. 

        En  segundo  lugar,  debe  tenerse  presente que la representa-
        tividad  que  muestran  los  indicadores  censales  de  NBI con
        respecto a otras dimensiones de la pobreza var¡a con el tiempo,
        consideraci¢n  pertinente  cuando  se est  trabajando con datos
        censales  recogidos  con  diferencias  de al menos diez a¤os en
        pa¡ses  sometidos  a cambios socioecon¢micos muy acelerados. Si
        contrastamos esta situaci¢n con la metodolog¡a empleada para la
        estimaci¢n  de  las  l¡neas  de  pobreza,  encontramos que esta
        £ltima  incorpora  la relatividad temporal. Ella est  impl¡cita
        cuando  en  la  selecci¢n de los satisfactores de la canasta de
        consumo se toman en cuenta los patrones de comportamiento de un
        estrato  de  referencia  que se ubica por encima de la l¡nea de
        pobreza,  suponiendo  que  dichos patrones reflejan transforma-
        ciones  culturales en las formas de satisfacci¢n de las necesi-
        dades b sicas que van definiendo umbrales cambiantes de las que
        se  consideran condiciones dignas de vida. En rigor, tambin en
        la  metodolog¡a  de construcci¢n de los indicadores de NBI est 
        contemplada  la  actualizaci¢n  peri¢dica  de los indicadores a
        travs  de  la relaci¢n de cada uno de ellos con la pobreza por
        ingreso,  y  de  la  consulta  a  jueces  especializados en las
        distintas  dimensiones de las necesidades b sicas. Sin embargo,
        en  la  pr ctica  y  seg£n  el  conocimiento del autor de estas
        notas,  all¡  donde se han hecho comparaciones en el tiempo, no
        se  han  modificado  los  indicadores  utilizados en la versi¢n
        original.

        A los efectos de ilustrar la necesidad de modificar los indica-
        dores  de NBI, en toda comparaci¢n temporal v lida consideremos
        el   de  "capacidad  de  subsistencia".  Este  indicador  busca
        identificar  los  hogares  con  una baja capacidad potencial de
        obtener  ingresos  para  la  subsistencia adecuada de todos sus
        miembros.  Para  ello,  clasifica  como  hogares  con carencias
        criticas  aquellos cuyos jefes tienen, por un lado, un nivel de
        educaci¢n  lo  suficientemente  bajo  como  para constituir una
        clara  desventaja  en cuanto a sus posibilidades de competir en
        un  mercado  ocupacional con un aumento acelerado de demanda de
        calificaciones;  por  otro,  un n£mero relativamente alto de no
        perceptores  con  respecto a los perceptores (se incluyen entre
        stos los trabajadores familiares no remunerados).

        Una  primera  precisi¢n que fue necesario introducir, fue la de
        condicionar  el  requisito  de educaci¢n a la edad del jefe. El
        an lisis  de  los  datos  de  la encuesta de hogares de Uruguay
        permiti¢  observar  que  en  los jefes menores de 45 a¤os el no
        haber   finalizado   el  ciclo  de  educaci¢n  primaria  estaba
        fuertemente  asociado  a  ingresos  personales por debajo de la
        l¡nea  de  pobreza,  pero que entre los mayores de esa edad, el
        n£mero  de a¤os de educaci¢n necesario para rebasar la l¡nea de
        pobreza  descend¡a  abruptamente.  Esta diferencia se vincula a
        derechos  y  privilegios  adquiridos  por  la antiguedad en los
        puestos  de  trabajo, pero tambin con los cambios ocurridos en
        los  criterios  de reclutamiento del mercado laboral. Una buena
        parte  de  los  mayores  de  45 a¤os se incorporaron al mercado
        cuando  el  hecho  de  saber  leer y escribir era una condici¢n
        suficiente  para  ser  considerado  candidato potencial para el
        sector  p£blico  y  para  una  amplia  variedad  de actividades
        privadas.  Una  vez  insertos  en la estructura ocupacional, la
        acumulaci¢n  de  experiencia y la adquisici¢n de derechos en un
        mercado  fuertemente  sindicalizado  les  permitieron obtener y
        mantener  un  nivel  de ingresos alto en relaci¢n a personas de
        generaciones posteriores con niveles de educaci¢n similares. 

        Estas  consideraciones nos llevaron a definir distintos niveles
        de  educaci¢n  para  ambos  grupos  de  edad, con miras a homo-
        geneizar sus  ventajas relativas en el mercado. En el grupo mas
        joven  se  estableci¢  un  m¡nimo  de  cinco  a¤os de educaci¢n
        primaria.  Entre los mayores de 45 a¤os, en cambio, se estable-
        cieron  s¢lo dos a¤os de educaci¢n formal, tomando en cuenta el
        hecho  de  que  en  las  areas  rurales uruguayas durante mucho
        tiempo hubo escuelas que completaban el ciclo primario con s¢lo
        tres a¤os.

        Al  comparar  los datos de este indicador diez a¤os despus, se
        observan  dos  fen¢menos.  Por  un lado, aumentan los promedios
        educativos  de ambos segmentos etarios de jefes de hogar. Entre
        los  mayores de 45 a¤os se encuentra la cohorte que en el censo
        anterior tenga de 35 a 44 a¤os y ya mostraba mayores niveles de
        escolaridad,  y  a los menores de 45 a¤os se agreg¢ una cohorte
        muchos  de cuyos miembros se encontraban estudiando en el censo
        anterior.  Por  otro  lado,  se  produjo  una devaluaci¢n de la
        educaci¢n  reflejada en menores ingresos en promedio, absolutos
        y  relativos,  para  un  mismo  nivel de educaci¢n formal. Este
        hecho no s¢lo afect¢ a Uruguay, sino que est  presente en todos
        los  pa¡ses  de  los que se dispone de informaci¢n entre 1980 y
        1990. O sea que, a los efectos de hacer una comparaci¢n v lida,
        los  cambios  mencionados  obligan  a  modificar los m¡nimos de
        escolarizaci¢n  fijados para cada grupo de edad en el indicador
        de capacidad de subsistencia. 

        En   resumen,  los  indicadores  de  NBI,  sin  modificaciones,
        permiten el seguimiento de los avances y retrocesos en cada uno
        de  ellos y, con el cuidado correspondiente, sacar conclusiones
        sobre  el  xito  o fracaso de pol¡ticas dirigidas a satisfacer
        cada  carencia.  Pero no permiten estimar la evoluci¢n ni de la
        pobreza,  ni  de  la  magnitud  de  los  hogares  con carencias
        criticas.  Esta  £ltima estimaci¢n requerir¡a tareas de revali-
        daci¢n  que  aseguren  la  representatividad de los indicadores
        seleccionados   con   respecto  al  conjunto  de  satisfactores
        psicof¡sicos  y  culturales  que  constituyen,  en cada momento
        hist¢rico, la condici¢n m¡nima necesaria para el funcionamiento
        de la vida humana en una sociedad espec¡fica.

     2. Factores que intervienen en las tendencias del ¡ndice del NBI

        A  esta  altura  conviene hacer un parntesis a fin de explorar
        con mas detalle algunos  de  los  factores  que  determinan  la
        direcci¢n  de las tendencias que se observan en los indicadores
        de NBI. Al respecto, parto de una constataci¢n:  contrariamente
        a  lo  que  cabr¡a esperar, la mayor¡a de los pa¡ses de los que
        existen datos sobre la evoluci¢n de los hogares con necesidades
        b sicas insatisfechas  durante la crisis econ¢mica de la dcada
        de los a¤os 80, no reflejan el deterioro de la situaci¢n de los
        hogares que se manifiesta en los datos de empleo e ingresos. 

        Ello  surge  del  an lisis  de  los  datos de varios documentos
        nacionales y regionales que permiten observar la evoluci¢n  del
        porcentaje  de  hogares  con  NBI  en  distintos per¡odos de la
        dcada pasada en ocho pa¡ses (Bolivia, Colombia, Ecuador, Per£,
        Venezuela,  Argentina, Chile y Uruguay). De stos, s¢lo el Per£
        muestra un peque¤o aumento en el porcentaje de poblaci¢n urbana
        con  NBI  entre 1981 y 1985. Por otra parte, en los pocos casos
        en los que me fue posible hacer razonablemente compatibles  las
        areas  y  fechas  de  datos de porcentajes de hogares con NBI y
        porcentajes de hogares por debajo de la l¡nea de  pobreza,  los
        resultados  muestran  un  claro desajuste entre la evoluci¢n de
        uno  y   otro  indicador  (cuadro  1),  con  un  comportamiento
        claramente m s positivo del indicador de NBI.

        Las  razones  de  esta  discrepancia han sido analizadas, desde
        distintas ¢pticas, en varios documentos En s¡ntesis,  ellas  se
        refieren principalmente a la acci¢n de fen¢menos tales como:

                                 Cuadro 1

             HOGARES URBANOS CON NECESIDADES BASICAS INSATISFECHAS
                           Y POBRES CON INGRESOS
                  (Porcentaje sobre total de hogares urbanos)

 ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿
 ³      Pa¡s        ³   A¤o     ³     NBI     ³     A¤o     ³    LP (1)   ³
 ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ

  Argentina (2)         1980          16,6          1980           5,0
                        1988          11,5          1990          16,0
  
  Colombia              1973          50,0          1970          38,0
                        1988          15,1          1988          35,5
  
  Per£ (3)              1981          27,0          1979          29,0
                        1986          27,2          1986          37,0
  
  Uruguay (4)           1984          11,1          1985          20,5
                        1989           8,4          1992           9,2
  
  Venezuela             1981          34,3          1981          12,0
                        1988          27,0          1988          20,0
  
  ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ
  (1) Porcentaje de hogares bajo la l¡nea de pobreza;
  (2) Gran Buenos Aires;
  (3) Lima y Callao;
  (4) Montevideo.
  Fuentes:  Para l¡neas de pobreza: CEPAL, 1994b.
            Para hogares con NBI: PNUD, 1990.
            Para Uruguay: CEPAL, Oficina de Montevideo, 1990.
        
        i)    El tiempo de maduraci¢n de inversiones en infraestructura
              de educaci¢n, vivienda, saneamiento y agua potable,  cuyo
              inicio  y  ejecuci¢n  son previos a la crisis, pero cuyos
              efectos  sobre  la  situaci¢n  de los hogares comienzan a
              observarse durante la misma.
        
        ii)   La inercia de los factores culturales, que hace  que  una
              vez  instalada  la  imagen  que  asocia  la  educaci¢n al
              mejoramiento  de  las  condiciones  de  vida,  los padres
              tiendan  a  hacer  el  m ximo esfuerzo para garantizar la
              continuidad de la asistencia escolar de sus hijos.
        
        iii)  La  resistencia  a  renunciar  a  logros  en  el acceso a
              servicios p£blicos (agua, saneamiento, educaci¢n) o a los
              que  son productos de inversiones realizadas en el pasado
              (vivienda).  Estas  resistencias marcan prioridades en el
              desahorro, en el orden en de tienen mayor  incidencia  en
              los niveles de equidad social.
        
        v)    Las preferencias estatales por la selecci¢n y fijaci¢n de
              metas f cilmente inteligibles. Distintos gobiernos de  la
              regi¢n  hicieron  uso  de  algunos de los indicadores que
              forman el ¡ndice para fijar metas sociales,  concentrando
              sus  esfuerzos  en  la  reducci¢n  del nivel de carencias
              cr¡ticas que stos denunciaban.
        
        vi)   Como se se¤al¢ anteriormente, algunos de los  indicadores
              seleccionados  est n   vinculados  de  manera  directa  o
              indirecta  a la tasa de natalidad (hacinamiento, asisten-
              cia escolar y capacidad de subsistencia).   Los      tres 
              aumentan  su  probabilidad  de descender cuando hay menos
              ni¤os,   o  cuando  el   peso  de stos en el total de la 
              poblaci¢n disminuye (tambin el porcentaje de hogares por  
              debajo  de  la  l¡nea  de  pobreza  deber¡a bajar, por la 
              misma raz¢n). Dada la tendencia secular a la reducci¢n de 
              la natalidad  en  todos los    pa¡ses de la regi¢n, ser¡a 
              dable  esperar  que  por  este  solo hecho  se  produjera  
              una reducci¢n en el porcentaje de hogares con NBI. 
        
        La  consideraci¢n  de  estos  factores  ayuda  a  clarificar el
        estricto significado de la reducci¢n del porcentaje de  hogares
        con  necesidades  b sicas  insatisfechas  en  el  marco  de  un
        programa de acciones contra  la  pobreza,  sin  negar  que  tal
        reducci¢n  pueda  implicar  un  mejoramiento real de las condi-
        ciones de vida de los hogares.

     C. Comparabilidad en el espacio

        Como se ha dicho, uno de los criterios b sicos para definir los
        indicadores que forman el ¡ndice de NBI es que  los  puntos  de
        corte  de cada indicador se establecen a niveles lo suficiente-
        mente cr¡ticos (privaciones agudas) como  para  garantizar  que
        las  alternativas  de  superaci¢n de cada una de esas carencias
        formen parte del dominio de opciones factibles de  los  hogares
        del universo analizado.

        La  aplicaci¢n  de  este criterio, sin embargo, se subordin¢ en
        algunos casos al tipo de necesidad, partiendo del  supuesto  de
        que  la  satisfacci¢n  en  un  cierto  grado  de algunas de las
        necesidades  analizadas constitu¡a un requisito ineludible para
        que  las  personas  pudieran  integrarse  a  la  sociedad,  con
        independencia  de  la  mayor  o menor facilidad que brindara la
        infraestructura local para satisfacer esa necesidad. Tal  es el
        caso  de  la asistencia escolar para los ni¤os en edad escolar.
        Si bien es sabido que factores como la distancia entre el hogar
        y  la  escuela,  los  caminos,  los problemas de transporte, el
        clima, la infraestructura de los establecimientos, su  dotaci¢n
        de recursos pedag¢gicos o de docentes calificados, as¡ como las
        demandas de trabajo infantil en las  tareas  agropecuarias,  se
        confabulan  para  que  los  ni¤os  de  algunas   areas  rurales
        encuentren obst culos para asistir a las escuelas, se consider¢
        que si el ni¤o en edad escolar no va a la escuela se le condena
        a la exclusi¢n y a la marginaci¢n, tanto en el mundo rural como
        en  el  urbano, neg ndole un derecho que es condici¢n necesaria
        para su incorporaci¢n al mercado de trabajo actual  y  para  el
        ejercicio  de  la  ciudadan¡a  plena.  En otras palabras, la no
        asistencia a la escuela es una  carencia  cr¡tica  en  toda  la
        geograf¡a del pa¡s, constituyendo, por ello, un dato que incide
        significativamente  en  la  elaboraci¢n  e implementaci¢n de la
        pol¡tica educativa.

        Pero, con excepci¢n de la asistencia escolar, respecto al resto
        de  los  indicadores se puede afirmar que la decisi¢n de selec-
        cionar los umbrales de satisfacci¢n dentro  de  un  dominio  de
        alternativas accesibles a todos los hogares de un pa¡s, si bien
        tuvo  la  ventaja  de  minimizar  el  riesgo de inclusi¢n de no
        pobres, tambin tuvo la desventaja de  producir  un  efecto  de
        "nivelaci¢n  hacia  abajo" que, al acentuar el car cter cr¡tico
        de cada carencia, sesg¢ la informaci¢n  hacia  la  exclusi¢n de
        pobres urbanos, y por ende llev¢ a subestimar la pobreza urbana. 

        La decisi¢n de trabajar con los mismos indicadores en las areas
        urbana y rural lleva  impl¡cito  un  supuesto  de  homogeneidad
        cultural.  Sin  duda,  el  significado que cada persona da a su
        situaci¢n est  muy influenciado por las im genes que predominan
        en su medio acerca de que es lo que se entiende por condiciones
        dignas de vida.  Tales significados,  a  su  vez,  afectan  sus
        actitudes y comportamientos, sus sentimientos de pertenencia  o
        de  marginaci¢n  de  la  comunidad  en que vive, su capacidad y
        disposici¢n de hacer uso del "capital social" que resulta de su
        participaci¢n  en  ella,  y,  por £ltimo, su respuesta ante las
        oportunidades que se puedan abrir para  salir  de  la  pobreza.
        As¡,  en  muchos  pa¡ses de la regi¢n, los miembros de un hogar
        urbano que no dispongan de un televisor o de acceso a  agua  de
        red  experimentar n  sentimientos  de marginaci¢n, mientras que
        muy  probablemente  esa situaci¢n no provoque los mismos senti-
        mientos en el medio rural.

        Consideraciones como  las anteriores apuntan a  la conveniencia
        de desarrollar indicadores distintos, o al uso de ponderaciones
        diversas,  para  las  areas  rural  y urbana. Sin embargo, debe
        tenerse presente que ello conduce a un dise¤o metodol¢gico  mas
        complejo  y,  por  ende,  mas  costoso.  Por un lado, porque el
        ajuste de la definici¢n  y  validaci¢n  de  indicadores  a  las
        realidades  de  las  distintas  areas  requiere  un trabajo mas
        detallado. Por otro, porque si se  acepta  la  importancia  del
        elemento  cultural  en  la  diferenciaci¢n  rural  urbana, y se
        relativiza por ese medio el significado de  las  carencias,  se
        hace   l¢gicamente  necesario  aplicar  el  mismo  criterio  (o
        justificar  por  que no se aplica) para diferenciar otras areas
        como, por  ejemplo,  centros  urbanos  de  distinto  tama¤o,  o
        regiones,  como  podr¡a ser en el caso del nordeste y el sur de
        Brasil.

        Dados los problemas de costos y las complejidades de dise¤o que
        traer¡a  aparejada  la  decisi¢n  de  considerar  los  factores
        subculturales, sta deber¡a tomarse s¢lo en aquellos  casos  en
        los que la significaci¢n de los mismos es muy clara. Como no es
        f cil encontrar evidencia al  respecto,  parecer¡a  conveniente
        tomar como proxy el nivel de las diferencias en las condiciones
        de vida entre distintas areas de un pa¡s.  De este modo, en los
        pa¡ses   que   presentan   caracter¡sticas  mas  homogneas  se
        aplicar¡an los mismos indicadores,  mientras  que  en  aquellos
        donde  las diferencias son muy pronunciadas se buscar¡a definir
        indicadores  que  contemplen el significado que las poblaciones
        correspondientes dan al acceso a  los  mismos  servicios.  Esta
        £ltima  opci¢n evitar¡a la "nivelaci¢n hacia abajo", reduciendo
        de ese modo el riesgo de excluir del grupo  de  los  pobladores
        urbanos con carencias, a los que se sienten y act£an como tales.

     D. Oportunidad de la informaci¢n

        La base  censal de los mapas pone limites claros a su capacidad
        para  captar  cambios  en  la  situaci¢n  de   los  potenciales
        receptores de pol¡ticas sociales. Los pa¡ses que  mantienen  un
        sistema anual o semestral de encuestas, y que logran  articular
        esa  fuente  de  informaci¢n  con  la  de  los censos, est n en
        condiciones de monitorear la evoluci¢n del  n£mero  de  hogares
        afectados  por  carencias criticas y de sus perfiles sociodemo-
        gr ficos. La validez de este monitoreo, que obviamente s¢lo  se
        aplica  en  las  localidades cubiertas por la representatividad
        muestral de la encuesta, requiere  mantener  una  mirada perma-
        nente sobre los umbrales de dignidad en las condiciones de vida
        que  son  aceptados por la mayor¡a de la sociedad, y contar con
        los recursos humanos y financieros para ajustar los indicadores
        cada  vez  que  se  detecten  cambios  significativos en dichos
        umbrales.

        Si  bien  es  posible  realizar  un monitoreo global durante el
        per¡odo intercensal, en la mayor¡a de los casos  las  encuestas
        de  hogares  no permitir n actualizar la informaci¢n a un nivel
        de desagregaci¢n £til para la  focalizaci¢n  de  las  pol¡ticas
        sociales, lo que crea una tensi¢n entre el flujo de informaci¢n
        y  la  din mica  de  las  demandas  de  los beneficiarios y los
        requerimientos de gesti¢n de los programas anti-pobreza.

     E. Adecuaci¢n de las variables investigadas

        Los  indicadores  de NBI son seleccionados por su capacidad  de
        representar las carencias criticas que afectan a los hogares de
        un  pa¡s.  Pero  si  se  reconoce  que,  por un lado, distintas
        categor¡as sociales est n afectadas por distintas carencias  y,
        por  otro,  existen  razones  pr cticas  que  hacen conveniente
        seleccionar un n£mero reducido de indicadores,  resulta  inevi-
        table  que  el  ¡ndice que resume la combinaci¢n de un conjunto
        necesariamente limitado de indicadores sea mas  sensible  a  la
        presencia  de  las  carencias  que afectan a algunas categor¡as
        sociales que a otras.

        A  manera  de ilustraci¢n: Se suele objetar que los indicadores
        que  se  utilizan  corrientemente  est n  sesgados  hacia   las
        familias con hijos (hacinamiento, asistencia escolar, capacidad
        de  subsistencia)  y  no  dan la consideraci¢n debida a hogares
        cuyos miembros se encuentran en otras etapas del ciclo de  vida
        familiar; por ejemplo, los hogares donde hay ancianos. El sesgo
        evidentemente existe. Su direcci¢n depende de las  limitaciones
        de  las fuentes de informaci¢n y, dentro del reducido margen de
        selecci¢n de indicadores que stas permiten, de las orientacio-
        nes prioritarias entre los responsables de la pol¡tica social.

        Desde  este  £ltimo  punto de vista, la decisi¢n de seleccionar
        indicadores que detectan situaciones que afectan  primariamente
        a los menores de edad se bas¢ en la conclusi¢n, apoyada por los
        resultados de numerosos estudios, de que es justamente  en  las
        familias  con  ni¤os donde se da la mayor frecuencia de hogares
        pobres, que la proporci¢n de  ni¤os  pobres  es  mayor  que  la
        proporci¢n  de  pobres  en  cualquier otro grupo de edad y que,
        adem s, es en los hogares donde  predomina  este  grupo  etario
        donde  conviene  focalizar  las  pol¡ticas,  a  los  efectos de
        quebrar los anillos de reproducci¢n de la pobreza, acci¢n  que,
        a  su  vez,  se  presenta como la forma m s eficaz de atacar el
        problema de la pobreza a mediano y largo plazo.

     F. Conclusi¢n

        El mapa de necesidades b sicas insatisfechas es un  instrumento
        sumamente £til para el dise¤o  e  implementaci¢n  de  pol¡ticas
        sociales  y, en particular, para la racionalizaci¢n de la lucha
        contra la pobreza. Su eficiencia es muy alta,  si  se  toma  en
        cuenta  la  simplicidad relativa de su administraci¢n y el bajo
        costo que implica aprovechar los resultados  de  una  operaci¢n
        que cuenta con financiaci¢n propia, que los estados realizan en
        forma  regular y que  cubre en forma simult nea la totalidad de
        la poblaci¢n. Sus resultados permiten la detecci¢n  de  asenta-
        mientos  humanos  de  tama¤o  muy reducido con altos niveles de
        concentraci¢n de hogares con necesidades b sicas insatisfechas,
        examinar las carencias cr¡ticas espec¡ficas que los afectan,  y
        analizar sus perfiles sociodemogr ficos.

        Las  limitaciones  de  este  recurso  operativo  son claras. La
        confiabilidad y precisi¢n de los datos censales est n lejos  de
        alcanzar  el  nivel  que  se  podr¡a  obtener  a  travs  de un
        instrumento espec¡ficamente dise¤ado para investigar  carencias
        cr¡ticas.  La  nueva  pobreza  no es captada, y se subestima la
        urbana cuando se utilizan los mismos indicadores de umbrales de
        satisfacci¢n para todo el territorio nacional. El monitoreo  de
        la  evoluci¢n  del n£mero de hogares con NBI debe atender a los
        cambios en los est ndares generales de vida, controlando perma-
        nentemente que los indicadores, o sus ponderaciones, se ajusten
        a  dichos  cambios.  La  comparaci¢n espacial requiere tomar en
        cuenta  los  patrones  culturales  que  en  distintos contextos
        geogr ficos orientan la evaluaci¢n que hace la poblaci¢n  sobre
        sus propios niveles de vida.

        La decisi¢n de elaborar y aplicar los dise¤os metodol¢gicos que
        permitir¡an  salvar  algunas   de   estas  limitaciones  deber 
        evaluarse, en cada caso, contrastando  los  costos  adicionales
        que  demandar¡a tal operaci¢n con los beneficios adicionales en
        relaci¢n  con  el  logro  de  las  metas  que  justificaron  la
        construcci¢n de los mapas.

   III. INDICADORES CENSALES DE SATISFACCION DE NECESIDADES BASICAS

        En esta secci¢n se har  un an lisis detallado  del  proceso  de
        construcci¢n  de  cada  uno  de  los indicadores de necesidades
        b sicas insatisfechas utilizados en la elaboraci¢n del mapa  de
        la distribuci¢n de los hogares con necesidades b sicas insatis-
        fechas en el Uruguay.

     A. Calidad del agua que se utiliza para beber y cocinar

        El acceso permanente a fuentes de agua que garanticen un m¡nimo
        de condiciones sanitarias constituye, sin duda,  una  necesidad
        b sica  para todos los hogares, con independencia de su locali-
        zaci¢n geogr fica. Inversamente, su  carencia  representa  para
        las personas y sus familias una privaci¢n cr¡tica que afecta la
        higiene, la salud y el bienestar de cada uno de sus integrantes.
        La evaluaci¢n del grado de privaci¢n de cada hogar en esta
        materia hace necesario analizar dos aspectos: origen del agua y
        forma en que el hogar se abastece de la misma.

     1. Origen del agua

        Tanto  el  censo  de  1985 como la encuesta nacional de hogares
        investigan el origen del agua que  los  hogares  utilizan  para
        beber  y  cocinar,  informaci¢n que resulta un buen proxy de la
        calidad sanitaria del  agua  en  la  fuente.  Las  fuentes  que
        investiga  el  censo  son: red p£blica o privada, pozo surgente
        (que permite acceder a agua de napas profundas, en  general  no
        contaminadas),  aljibe  o  cachimba  (recolectores  de  agua de
        lluvia)  y  cursos  naturales  de agua como arroyos, r¡os, etc.
        Este ordenamiento responde gruesamente a un continuo de calidad
        del  agua  en  la  fuente.  As¡, el agua de red est  sometida a
        controles  peri¢dicos  y   a   procesamientos   especiales   de
        depuraci¢n, y existe una garant¡a p£blica sobre su potabilidad,
        lo que no es  el  caso  de  otras  fuentes.  En  areas  urbanas
        relativamente  grandes  y  con  asentamientos estabilizados, el
        agua  de  red  constituye  para  la  mayor¡a de los hogares una
        aspiraci¢n incorporada al dominio de sus opciones factibles. No
        as¡  en  centros  urbanos  peque¤os o de formaci¢n reciente, en
        asentamientos precarios, o en areas rurales. En estos casos, lo
        factible  es  la construcci¢n de un pozo en las cercan¡as de la
        vivienda, de profundidad  suficiente  como  para  alcanzar  las
        napas  que  transportan  agua   no  contaminada,  esto  es,  no
        expuestas a la posibilidad de contaminaci¢n por filtraciones de
        sistemas de evacuaci¢n de excretas,  de  deposiciones humanas o
        animales,  o  de  desechos qu¡micos en la superficie del suelo.
        Tal peligro es mayor donde  mayor es la densidad poblacional y,
        por  lo  tanto,  se relaciona con la localizaci¢n geogr fica de
        los hogares.

        Adem s  de  la  profundidad  de  la  napa,  la calidad del agua
        tambin est  afectada por la naturaleza de los materiales y  la
        forma  de  construcci¢n  del pozo. La multiplicidad de combina-
        ciones en que se presentan estos factores hace que su grado  de
        adecuaci¢n  a est ndares sanitarios nacionales sea muy variable
        y que, por lo tanto, resulte dif¡cil adjudicar a  la  categor¡a
        de "pozo surgente" que investiga el censo un significado  £nico
        en lo que respecta a la calidad del agua de ese origen.

        En cuanto a las aguas de otras procedencias: acequias de riego,
        reservorios naturales, lluvia recogida en aljibes o  cachimbas,
        o  de  arroyos,  r¡os,  etc.,  se puede afirmar que manteniendo
        constante la localizaci¢n geogr fica, su calidad  sanitaria  es
        inferior a la de las aguas de pozo surgente.

        En  la  elaboraci¢n  del  ¡ndice de satisfacci¢n de necesidades
        b sicas que sirvi¢ de base al Mapa de la pobreza  de Argentina,
        el Instituto Nacional de Estad¡stica y Censo (INDEC) no tom¢ en
        consideraci¢n  los  datos  sobre origen del agua utilizada para
        beber y cocinar, debido a que se presumi¢ que en areas  rurales
        o semi-rurales el acceso a  agua  de  red no entraba dentro del
        dominio  de  las  opciones  factibles  a  los hogares y, por lo
        tanto, su carencia estar¡a mas determinada por las  condiciones
        contextuales que por los ingresos de los hogares.12
        Si  bien  esta afirmaci¢n no admite dudas en el caso de agua de
        red,  los  hogares  en  areas  no  urbanas  o  de  urbanizaci¢n
        incipiente, tienen ante s¡ la alternativa de elegir  entre agua
        de  pozo y agua de otras fuentes (aljibe, cachimba, acequias de
        riego, reservorios naturales, etc.).  Aun en el medio rural, la
        falta de agua potable constituye una privaci¢n remediable si se
        tienen   los   recursos  para  hacer  un  pozo  de  profundidad
        suficiente.

        Los datos de  la  Encuesta  de  hogares  del  Uruguay  permiten
        examinar  en  que medida las distintas categor¡as de origen del
        agua en las  viviendas  se  vinculan  a  distintos  niveles  de
        insuficiencia  de ingreso de los hogares.  Esta £ltima variable
        fue dicotomizada seg£n la l¡nea de  pobreza  para  1984,  y  la
        primera,  agrupando  agua de red y pozo, por un lado, y agua de
        otras  fuentes,  por  otro.  Tanto para Montevideo como para el
        interior urbano, la relaci¢n  resulta  altamente  significativa
        (ver diagrama 1).

        De  la  lectura  de  la  tabulaci¢n  cruzada  (ver cuadro 2) se
        desprende que, mientras dos de cada tres  hogares  sin  agua de
        red  o  de  pozo  mostraban  ingresos insuficientes para cubrir
        necesidades m¡nimas, s¢lo uno de cada  cuatro  de  los  que  se
        tengan  acceso  a  agua de ese origen se encontraba en la misma
        situaci¢n. Como se observa en el cuadro, la relaci¢n entre  las
        dos  variables  es  aun  un  poco  mas acentuada en el interior
        urbano.

                                Cuadro 2

        ORIGEN DEL AGUA PARA BEBER Y COCINAR Y CONDICION DE POBREZA 13
            MONTEVIDEO E INTERIOR URBANO, SEGUNDO SEMESTRE DE 1984
                 (Porcentaje sobre total de hogares urbanos)

 ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿
 ³                ³        Montevideo         ³      Interior urbano      ³
 ³                ÃÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÅÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ´
 ³                ³ Agua de red ³             ³ Agua de red ³             ³
 ³                ³    o pozo   ³ Otro origen ³    o pozo   ³ Otro origen ³
 ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ
  
  Pobres                22,8          68,6          46,7          84,4
  No pobres             77,2          31,4          53,3          15,6
  
                       100,0         100,0         100,0         100,0
                      (4 516)        (210)        (4 278)        (494)
  
  ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ
  Fuente: Elaboraci¢n propia en base a la encuesta de hogares de la DGE y C,
  segundo semestre de 1984


     2. Abastecimiento del agua

        Pese a la existencia de una fuerte vinculaci¢n entre origen del
        agua que utilizan los hogares para beber y cocinar y su ingreso
        per c pita, el examen de datos adicionales nos lleva a plantear
        que  la calidad del agua en el momento que es utilizada por los
        miembros del hogar depende tanto del origen de la misma como de
        la  forma  en  que  llega y se mantiene en el hogar.  Los datos
        adicionales  mencionados  se  refieren  a una publicaci¢n de la
        DGEyC sobre la mortalidad infantil en el  Uruguay14 que utiliza
        datos  del Censo de 1975.  El an lisis que hace dicho documento
        de la relaci¢n  entre  la mortalidad  infantil y el origen y el
        abastecimiento  de  agua, se basa en el hecho comprobado de que
        la calidad de la misma tiene alta incidencia en la aparici¢n de
        enfermedades  infecto-contagiosas y especialmente en la diarrea
        infantil,  una  de  las  causas  principales de muerte de ni¤os
        menores  de  un a¤o.  El estudio de la DGEyC/CELADE muestra que
        cuando  se  desagrega  el origen del agua seg£n la forma en que
        sta  llega  finalmente  a  los  miembros  del  hogar, aquellos
        hogares que acceden a agua de red, pero que  no  tienen ca¤er¡a
        dentro de la vivienda, exhiben tasas de mortalidad infantil que
        duplican  aquellas de los hogares con agua del mismo origen que
        s¡  tienen ca¤er¡a dentro de la vivienda (ver cuadro 3),  y son
        mayores a£n que las que exhiben los hogares que se abastecen de
        agua  de  pozo  o  de  otras  fuentes.  Estos  datos  tienden a
        corroborar que las formas de abastecimiento de agua afectan las
        condiciones  sanitarias del hogar y, en particular, la salud de
        los ni¤os.

        Desafortunadamente,  el  documento  a que hacemos referencia no
        presenta informaci¢n desagregada sobre la forma en que el hogar
        se  abastece  de  agua cuando su origen no es de red.  Pero, de
        todos  modos, queda claro que la manera en que el agua llega al
        hogar  puede  alterar   de  manera  significativa su calidad de
        origen.  Por un lado, porque la distancia  a la  fuente de agua
        incide  en   el   tiempo  y  el  esfuerzo  para  obtenerla   y,
        consecuentemente,  en  su  uso, haciendo m s o menos dif¡cil el
        mantenimiento de niveles m¡nimos  de  higiene,  y  afectando el
        grado de exposici¢n al riesgo de contaminaci¢n.  Por otro lado,
        la  calidad  de  los  recipientes  que  se  utilizan   para  su
        transporte  y  almacenamiento,  las caracter¡sticas ambientales
        del lugar donde queda almacenada,  as¡ como el tiempo que queda
        all¡  depositada,  tambin  influyen  en  la   bondad final del
        producto.

        Inversamente,  el  acceso al agua dentro de la vivienda implica
        no  s¢lo  un elemento indiscutible de comodidad e higiene, sino
        tambin  una  importante  condici¢n sanitaria, en la medida que
        dicha  facilidad  est  corrientemente unida a la disponibilidad
        de aguas de arrastre para las excretas.

        El  reconocimiento  de  la  importancia de todos estos factores
        conduce  a  otorgar  prioridad  a  la  informaci¢n  referida al
        abastecimiento  m s que al origen del agua, dada su pertinencia
        como  indicador de la potabilidad del agua en el momento de ser
        consumida por los miembros del hogar.

        Si  bien  el Censo de poblaci¢n y vivienda de 1985 investiga el
        abastecimiento de agua a la vivienda, el tema no est   incluido
        en  el  cuestionario  de la Encuesta nacional de hogares.  Ello
        nos  inhibe  de  poner  a prueba la validez de la variable como
        indicador  de  las  situaciones  de  privaci¢n  cr¡tica  que se

        asocian a ingresos por debajo de la l¡nea de pobreza.  De todos
        modos,  dada su vinculaci¢n con la mortalidad infantil, tomando
        en  cuenta   los   argumentos   expuestos  con  anterioridad  y
        atendiendo  al  esp¡ritu  general  de  establecer  el  car cter
        cr¡tico  de  la  privaci¢n  considerada,  decidimos elaborar un
        indicador  de  privaci¢n  en  cuanto a la calidad del agua para
        beber o cocinar que incluya todos los hogares en las categor¡as
        siguientes:

   a)   con abastecimiento  por  ca¤er¡a  fuera del terreno y hasta 100
        metros de la vivienda;

   b)   con   abastecimiento   por   ca¤er¡a  a m s de 100 metros de la
        vivienda, fuera o dentro del propio terreno;

                                    Cuadro 3

          URUGUAY: TASAS DE MORTALIDAD INFANTIL POR LUGAR DE RESIDENCIA,
                          SEGUN ORIGEN DEL AGUA. 1961-1971
                       (Tasas por mil seg£n el Censo de 1975)

 ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿
 ³                         ³                 Origen del agua                 ³
 ³         Lugar           ÃÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ´
 ³                         ³              Red p£blica             ³  Aljibe, ³
 ³           de            ÃÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄ´          ³
 ³                         ³Ca¤er¡a dentro³Ca¤er¡a fuera ³  Pozo  ³ cachimba ³
 ³       residencia        ³de la vivienda³de la vivienda³surgente³  u otro  ³
 ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ
  
  Total pa¡s                      37,3         69,1         52,0       58,9
  Montevideo (capital)            35,7         65,8         55,0       64,8
  Total urbano (sin capital)      39,6         70,7         59,0       61,2
  Capitales departamentales       39,8         73,5         71,6       69,0
  Otras ciudades                  39,7         63,7         61,3       58,0
  Resto urbano                    38,5         70,6         50,6       55,8
  Otras ciudades
      m s resto urbano            39,3         67,0         54,4       56,6
  Rural                           39,9         63,2         45,0       56,4
  
  ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ
  Fuente: DGE y CELADE, cuadro 22.

   c)   con abastecimiento por ca¤er¡a en el terreno  hasta  100 metros
        de la vivienda y origen del agua clasificado como ®otro¯, y

   d)   sin abastecimiento por ca¤er¡a y origen  del  agua  clasificado
        como ®otro¯ (aguatero, r¡o, arroyo, etc.).

        Como se observa,  hemos  excluido  del  indicador  de privaci¢n
        cr¡tica  los  hogares que tienen ca¤er¡a dentro de la vivienda,
        con independencia  del  origen del agua, y a los que se proveen
        de agua de pozo o de aljibe o cachimba a menos de 100 metros de
        la vivienda,  aun si no tienen ca¤er¡a.  Estamos conscientes de
        que,  especialmente  en   reas  con alta densidad de poblaci¢n,
        esta situaci¢n implica riesgos muy importantes para la salud de
        los  miembros  de  estos  hogares,  pero  preferimos excluirlos
        mantenindonos dentro del esp¡ritu ®conservador¯ que orienta la
        construcci¢n  del  ¡ndice,  dado  que,  en  caso  contrario, el
        indicador hubiera podido prestarse al registro  de  situaciones
        heterogneas  en  cuanto  a  su  relaci¢n con pobreza,  en  los
         mbitos rural y urbano.

   B.   Adecuaci¢n  de  la  infraestructura sanitaria  de  la  vivienda

        Las caracter¡sticas  de  las instalaciones sanitarias del hogar
        para  la  higiene  personal,  la  deposici¢n de excretas,  y su
        procesamiento y eliminaci¢n,  son  determinantes significativos
        de las condiciones de vida de sus miembros.  Las  instalaciones
        sanitarias  comprenden  los  servicios  sanitarios (lugares con
        construcciones  destinadas  a  la  higiene  personal  y  a   la
        deposici¢n  de  excretas)  y  los  sistemas  o   construcciones
        dise¤ados para la evacuaci¢n y procesamiento de las excretas.

    1.  Servicios sanitarios

        Los   servicios     sanitarios  de  las  viviendas   satisfacen
        necesidades de higiene personal, permiten aliviar las tensiones
        f¡sicas que provoca la retenci¢n  de  desechos  corporales,   y
        evitan  las molestias ocasionadas por las emanaciones que stos
        producen.  La  definici¢n  de  estas  necesidades y la forma de
        satisfacerlas  se  han  ido  modificando  a  travs del tiempo,
        redefinindose  paralelamente las caracter¡sticas requeridas de
        los servicios sanitarios.

        Una forma de identificar los rasgos de los servicios sanitarios
        adecuados  para la satisfacci¢n de las necesidades mencionadas,
        es  a  travs  del  examen  de  los  requerimientos de patrones
        culturales  que  definen  el  uso  de esos servicios. En primer
        lugar, las salas de ba¤o se conciben   por   lo   general  como
        espacios destinados a satisfacer las necesidades de eliminaci¢n
        de desechos corporales, de higiene y de acicalamiento personal.
        La  facilidad de su acceso en el momento deseado es un signo de
        comodidad  y  bienestar para los miembros del hogar, por cuanto
        condiciona aunque  s¢lo parcialmente   la satisfacci¢n de estas
        necesidades.  Como dicha facilidad es inversamente proporcional
        al  n£mero  de  personas  que tienen acceso a una misma sala de
        ba¤o, un indicador sencillo de satisfacci¢n estar¡a dado por su
        densidad  de  uso,  tal como se expresa en el cociente entre el
        n£mero  de personas y el n£mero de ba¤os de una vivienda.  Dado
        que  el censo no investig¢ el n£mero de cuartos de ba¤o de cada
        vivienda, no resulta posible elaborar un indicador de ese tipo;
        s¢lo  se  puede  identificar  la  situaci¢n  muy cr¡tica de los
        hogares que no disponen de servicio sanitario alguno.

        En segundo lugar,  los  patrones  culturales  que   norman  las
        conductas relacionadas con la higiene personal y la eliminaci¢n
        de  desechos  corporales,  ubican  tales  comportamientos en el
         mbito privado; la vigencia de estos patrones se refleja en una
        tendencia  general  a  ocultar o disimular el ejercicio de esas
        funciones  ante   personas  que  no  pertenezcan  al c¡rculo de
        familiares  m s  ¡ntimo.  La  satisfacci¢n  de  esta  necesidad
        psicosocial  de intimidad y privacidad en cuanto a la higiene y
        a  las  deposiciones,  se torna m s dif¡cil cuando se comparten
        las instalaciones sanitarias  con  otros  hogares.  A  ello  se
        agrega  que  en esos casos resulta dif¡cil para cada uno de los
        hogares  que lo comparten controlar que el mantenimiento de las
        condiciones  higinicas  del servicio sanitario se ajuste a sus
        propios  h bitos de higiene.  Desde este punto de vista, parece
        adecuado  considerar  las  situaciones de ba¤os compartidos por
        dos o m s hogares como indicador de carencias importantes.

        Finalmente, los servicios  sanitarios  de  los  hogares   deben
        permitir que las personas no sean afectadas por las emanaciones
        de  las  excretas,  o por la proliferaci¢n de insectos atra¡dos
        por  stas, lo que suele ocurrir cuando no existe un sistema de
        arrastre  de  agua  de  las  deposiciones.  El  indicador    de
        privaci¢n que  nos  proporciona el censo para estos casos es el
        uso de letrinas.

        Se¤alamos,  de  este  modo, tres dimensiones de las necesidades
        que  conciernen  a  los  servicios  sanitarios  del  hogar cuya
        satisfacci¢n contribuye de modo variable al bienestar  de   los
        miembros  del hogar: a)  eliminaci¢n  de  desechos  personales,
        higiene   y   acicalamiento;  b) privacidad,  y  c) salubridad.
        Con  miras  a  garantizar  el  car cter cr¡tico de la privaci¢n
        considerada,  optamos  por  seleccionar  para cada dimensi¢n un
        indicador   de  situaciones  extremas.  As¡,  para  la  primera
        dimensi¢n, tomamos  solamente  los  hogares  que  declaraban no
        tener  servicios  sanitarios;  esto  es, que no dispon¡an en la
        vivienda  o  en  el terreno que sta ocupaba de una instalaci¢n
        dise¤ada  para  la  deposici¢n  de excretas.  Para la segunda y
        tercera  dimensi¢n  consideramos  como  cr¡tica la situaci¢n de
        hogares  que compart¡an una letrina con otros hogares, donde se
        combinan insalubridad con falta de privacidad.  Aun en el medio
        rural,  estas  condiciones   de   vida  pueden   ser  mejoradas
        f cilmente con un m¡nimo de inversi¢n, mediante la construcci¢n
        de una letrina.

        El conjunto de hogares que no tienen servicios sanitarios en la
        vivienda  constituye una categor¡a extrema de privaci¢n en esta
         rea. En 1985, Uruguay presentaba  un  3.8%  de  los hogares en
        estas  condiciones,  concentrados  en  el   rea rural, donde la
        proporci¢n alcanzaba al 13.5%, mientras que en el sector urbano
        s¢lo  se  registraba  un  2.5%.  El significado de estas cifras
        puede relativizarse, compar ndolas con las que se desprenden de
        la  investigaci¢n  del  INDEC sobre la pobreza en la Argentina,
        seg£n  la  cual el 4.9% del total de los hogares se registraban
        bajo  esas  condiciones en 1980, alcanzando en el  rea rural al
        18.1%15 16.

        Volviendo al Uruguay, y de acuerdo a los datos del 1985, cuando
        se adicionan los hogares que comparten letrina a todos aquellos
        que  no  tienen  servicios sanitarios, el porcentaje de los que
        presentan  privaciones  cr¡ticas  aumenta al 7.2%, siendo de un
        5.5% en las  reas urbanas, y de un 16.1% en las rurales.

    2.  Evacuaci¢n de excretas
   
        Con respecto a las construcciones o conexiones  destinadas a la
        evacuaci¢n  de  excretas,  se  ha  considerado  como  privaci¢n
        cr¡tica  la  falta de conexi¢n a la red  cloacal,  a  una  fosa
        sptica o a un pozo negro;  es  decir,  a  la  situaci¢n de los
        hogares que no cuentan con un sistema  espec¡ficamente dise¤ado
        para  eliminar  o  procesar  las  deposiciones de sus miembros.
        Tales circunstancias se¤alan carencias evidentes de comodidad e
        higiene,  adem s  de  no  satisfacer  requerimientos b sicos de
        salud  dado el riesgo permanente de contaminacion del subsuelo.
        ®Las consecuencias son m s graves cuando los afluentes llegan a
        correr por la superficie,  cuando coexisten con pozos o aljibes
        para  la  provisi¢n  de aguas y cuando, por deficiencias en las
        instalaciones, permiten el contagio a travs de vectores¯17.

        El trabajo sobre mortalidad infantil  de la DGEyC/CELADE arroja
        alguna  evidencia en apoyo de esta afirmaci¢n.  Como se observa
        en  el  cuadro 4,  tanto  en  los  sectores urbanos como en los
        rurales la mortalidad infantil  es  mayor entre los hogares que
        no  disponen  de sistema de evacuaci¢n de ning£n tipo que en el
        resto de los hogares.

                                  Cuadro 4

         URUGUAY: TASAS DE MORTALIDAD INFANTIL DEL PERIODO 1961-1971
      POR LUGAR DE RESIDENCIA, SEGUN EVACUACION DEL SERVICIO SANITARIO
                    (Tasas por mil seg£n el Censo de 1975)
ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿
³       Lugar       ³             Evacuaci¢n del servicio sanitario                  ³
³        de         ÃÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ´   
³     residencia    ³       Red      ³  Fosa sptica ³      Otro (hueco en el        ³
³                   ³    p£blica     ³  y pozo negro ³ suelo, etc.) y sin servicio   ³
ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ
Total pa¡s                 35,0             52,0                  70,4
Montevideo (capital)       34,5             49,1                  71,8
Total urbano (sin capital) 35,8             55,5                  79,0
Capitales departamento     35,7             62,0                  83,9
Otras ciudades             35,2             51,7                  70,8
Resto urbano               41,3             50,1                  76,5
Otras ciudades
    m s resto urbano       36,4             50,9                  74,2
Rural                   42,5(a)             45,5                  61,5
 ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ  
Fuente: DGE y CELADE, 1987, cuadro 22.
(a)  Este valor es representativo en su casi totalidad de la zona rural del 
departamento de Montevideo.


        Es  interesante  observar  tambin que, tanto en el caso de los
        hogares que utilizan fosas spticas o pozos negros, como en los
        que s¢lo acceden a ®otras¯ formas de deposici¢n de excretas, la
        mortalidad infantil es mayor  en los centros urbanos que en los
        rurales.  Esta constataci¢n es congruente con dos fen¢menos que
        vale  la pena se¤alar.  Primero, que si bien en las localidades
        m s urbanas, donde la conexi¢n con la red cloacal p£blica entra
        dentro del dominio de opciones factibles  a  los  hogares,   su
        falta  puede  interpretarse como una situaci¢n de pobreza, ste
        no  es  necesariamente el caso en las  reas rurales, en las que
        no existe infraestructura cloacal. Segundo, la mayor mortalidad
        infantil   urbana  puede  estar  reflejando  el  problema de la
        contaminaci¢n  del  subsuelo y, a travs de ste,  de las aguas
        utilizadas   para   beber   y   cocinar.   En  efecto,  como la
        posibilidad de contaminaci¢n es mayor a medida  que  aumenta la
        densidad  de hogares sin acceso a la evacuaci¢n de excretas por
        la red cloacal, y disminuye con la  distancia entre las fuentes
        de  agua  potable  y  los  lugares  de  deposici¢n,  resultar¡a
        comprensible  que  los  problemas  de  contaminaci¢n  y     sus
        consecuencias  sobre  la  salud  se  concentren  en  las   reas
        m s densamente pobladas.

        Aun  cuando  los  riesgos para la salud de los moradores de las
        viviendas que utilizan tanto fosas spticas como  pozos  negros
        son  mayores  que  en  el caso de conexi¢n a la red p£blica, se
        puede hacer una distinci¢n  entre  los  dos  primeros  tipos de
        desages.  La  fosa  sptica,  cuando se construye de acuerdo a
        las especificaciones tcnicas de  los gobiernos municipales, es
        una  c mara  cerrada  de  cemento, a la cual dan los desages y
        donde  se  producen  fen¢menos  de  decantaci¢n y putrefacci¢n.
        Estas  fosas  desaguan  finalmente  por  rebalse,  a un pozo de
        absorci¢n.  El pozo negro, en cambio, es una excavaci¢n cerrada
        por  una  losa  y  cuyas  paredes  laterales  pueden o no estar
        revestidas de ladrillo u otro material, y a  la  cual van a dar
        las  materias  eliminadas.  La  fosa  sptica  es  una forma de
        desage  que  ofrece menores posibilidades de contaminaci¢n que
        el  pozo  negro  y,  por  lo tanto, mejor calidad sanitaria.  A
        pesar  de  estas  diferencias,  no  fue  posible  analizar  por
        separado estas dos formas de desage dado que el censo uruguayo
        de 1985 registr¢  los  hogares  con  fosas spticas y con pozos
        negros  en  una  misma  categor¡a,  y  que  el  conjunto  de la
        informaci¢n  que  proporciona  el  censo  no permite conocer el
        grado en que la construcci¢n de estos servicios se ajusta a los
        est ndares  definidos  por las autoridades sanitarias del pa¡s,
        siendo dable suponer  la  existencia de una amplia variabilidad
        en  cuanto  a  la calidad de la construcci¢n seg£n la ubicaci¢n
        territorial de la misma.

        De  este modo, tanto la debilidad de la informaci¢n sobre tipos
        y calidades  de  los  servicios  de  evacuaci¢n  de excretas no
        conectados  a  la red p£blica y su falta de desagregaci¢n, como
        las  variables consecuencias que sobre la salud de las personas
        se  derivan  del  uso de esos servicios seg£n su ubicaci¢n, nos
        llevan a concluir que el dato censal sobre pozos negros y fosas
        spticas  no  tiene  un  significado  un¡voco  en  cuanto  a la
        evaluaci¢n  de  las  condiciones  sanitarias del hogar.  Por lo
        tanto,  dada  la  ¢ptica ®conservadora¯ que hemos asumido y que
        nos  lleva a excluir del NBI los casos dudosos o que se prestan
        a registros de situaciones heterogneas, no incluimos los pozos
        negros   y   las   fosas   spticas  como  carencias  cr¡ticas,
        considerando como tales s¢lo la situaci¢n  de  aquellos hogares
        que  no  est n  conectados  ni  a la red p£blica, ni a una fosa
        sptica,  ni  a  un pozo negro.  En el £ltimo censo uruguayo la
        proporci¢n  de viviendas en estas condiciones alcanz¢ a un 5.3%
        del total del pa¡s, un 3.5% en los sectores  urbanos y un 18.3%
        en el medio rural.

        En  resumen, el indicador finalmente adoptado  para  medir   el
        nivel  de  adecuaci¢n  de  las  instalaciones  sanitarias de la
        vivienda  define  como    hogares   con  necesidades    b sicas
        insatisfechas en esta dimensi¢n a los  que  habitan locales sin
        servicio  sanitario,  a los que comparten una letrina con otros
        hogares  y a los que no cuentan con conexi¢n a pozo negro, fosa
        sptica  o  red  p£blica, para la evacuaci¢n y procesamiento de
        excretas.

    C.  Calidad de la vivienda

        La vivienda cubre una  amplia  variedad de necesidades  de  los
        miembros  de un hogar, destac ndose entre ellas la protecci¢n o
        abrigo  contra   las  inclemencias   del  tiempo  (temperaturas
        extremas,  viento  y  lluvia)  y  contra  factores  ambientales
        adversos  (polvo,  insectos,  etc.).  Adem s   de  definir  las
        condiciones generales de vida en el hogar,  los  dficit  en la
        capacidad  que  muestran  las  viviendas  para  preservar a sus
        habitantes  de  la  influencia  de  estos factores pueden tener
        consecuencias  objetivas importantes para su salud y, por ende,
        afectar  sus  expectativas   de  vida.  Pero  tambin    tienen
        consecuencias subjetivas  no  menos  importantes,  en  cuanto a
        sentimientos  de  privaci¢n  relativa  y  de   percepci¢n    de
        marginalidad que surgen al contrastar la propia  situaci¢n  con
        los   est ndares  vigentes  en  la sociedad de la cual el hogar
        forma parte.

        A la  funci¢n  mencionada  de separaci¢n y aislamiento relativo
        del  medio  natural  se  agrega  la  funci¢n  de  separaci¢n  y
        aislamiento  relativo  del  medio  social.  En  la civilizaci¢n
        occidental  el  hogar  se  define  como  un   mbito  privado de
        interacci¢n.  El  marco  normativo  que  regula  y  orienta  el
        comportamiento  de  sus  miembros suele ser m s laxo que el que
        rije  en  el  mundo externo y, por lo tanto, brinda un contexto
        adecuado  para la exteriorizaci¢n de sentimientos y descarga de
        tensiones emocionales, que cumplen funciones muy importantes en
        los procesos de socializaci¢n de los ni¤os, y en los mecanismos
        que mantienen la estabilidad ps¡quica de los adultos.

        En este sentido,  los  requerimientos  habitacionales   tambin
        responden  a  la  necesidad  del  hogar  de  mantener un m¡nimo
        de privacidad con respecto a otros hogares.  La importancia que
        la sociedad otorga a esta funci¢n se refleja en la forma en que
        se  valora el hecho  de que una vivienda brinde a sus ocupantes
        un  mayor  o menor control sobre el grado de exposici¢n p£blica
        de  las  relaciones primarias cotidianas entre los miembros del
        hogar.

        En relaci¢n con la dimensi¢n de aislamiento del  medio natural,
        el  Censo  de  1985 investig¢ una serie de variables que pueden
        servir  de  base  para  la  construcci¢n  de  un  indicador del
        grado de satisfacci¢n  de  la  necesidad   correspondiente.  Se
        trata  de  los  materiales  predominantes  en techos, paredes y
        pisos.  Las categor¡as estudiadas fueron las siguientes:

   1    ¨Cu l es el material predominante  en las paredes exteriores de
        la vivienda?
        Mamposter¡a: ladrillos, bloques, ticholos, piedras, etc..
        Maderas, chapas de zinc, fibrocemento..........................
        Barro (terr¢n, adobe, fajina) .................................   
        Lata o material de desecho ....................................
        Otro: .........................................................   
                                      (Especificar)

   2.   ¨Cu l es el material predominante en los techos de la vivienda?
        Planchada de hormig¢n, bovedilla, con o sin tejas ......
        Chapas de zinc, fibrocemento, aluminio, cart¢n asf ltico, tejas
        sobre entramado:
        con cielorraso ................................................
        sin cielorraso ................................................
        Paja ..........................................................
        Lata o material de desecho ....................................
        Otro: .........................................................
                                   (Especificar)

   3.   ¨Cu l es el material predominante en los pisos de la  vivienda?
        Tierra o cascote suelto .......................................
        Hormig¢n o alisado de P¢rtland, piedras y ladrillos ...........
        Madera, baldosas, parqu, etc. ................................ 
        Otro: .........................................................
                                      (Especificar)

        Se  consider¢  como  situaci¢n  de  privaci¢n  cr¡tica  en esta
        dimensi¢n, la de los hogares que resid¡an  en  viviendas  cuyas
        paredes  o  techos  eran de lata o material de desecho, o cuyos
        pisos eran de tierra o cascote suelto.

        Aun cuando constatamos  que  muchas  viviendas  de  hogares  de
        escasos  recursos  tienen  paredes  de  barro  (terr¢n, adobe o
        fajina), no incluimos esa caracter¡stica como privaci¢n cr¡tica
        por  considerar  que  ese  material  puede  operar como un buen
        aislante  de  condiciones clim ticas y ambientales adversas tal
        como stas se dan en el territorio uruguayo. Adem s, presumimos
        que   en   aquellos   casos   en  que  las  paredes  de   barro
        correspondieran a situaciones de pobreza,  tal como seguramente
        ocurre  en  muchos  ranchos  en  las    reas  rurales,  ello se
        reflejar  en los materiales precarios utilizados en  los  pisos
        y  en  los  techos.  En  el caso de los ranchos, stos ser n de
        tierra y paja, respectivamente.

        Una  consideraci¢n  similar  dio  lugar  a  la exclusi¢n de los
        techos de paja,  aunque  aqu¡  se  tuvo  tambin  en  cuenta la
        constataci¢n  de  que,  si  bien  la  paja   es   un   elemento
        caracter¡stico en los techos de las viviendas  rurales  pobres,
        tambin  se  la  encuentra  en  viviendas de alto valor, lo que
        probar¡a  que  bajo  ciertas  condiciones de construcci¢n puede
        resultar  un  material  aislante eficaz.  Una forma sencilla de
        poner  a  prueba  la  afirmaci¢n  anterior,  es  comparando  el
        material predominante en los pisos de las viviendas con  techos
        de paja, con aquellos que predominan en viviendas con techos de
        otros materiales relativamente precarios.

        Al respecto,  se  pudo constatar  que  entre las viviendas  con
        techos  de  paja,  el  porcentaje  de  pisos  recubiertos   era
        significativamente  mayor  que  entre  las viviendas con techos
        livianos  sin  cielorraso  y  con  techos de lata o material de
        desecho.  En  el caso del techo de paja encontramos, adem s, la
        polarizaci¢n m s marcada en cuanto a la calidad de los pisos de
        la vivienda.

        Tambin se excluyeron  del  indicador de calidad de la vivienda
        aquellos  datos  que  se  registraron en la categor¡a de ®otros
        materiales¯  en pisos, techos y paredes.  En todos los casos se
        trat¢ de una muy baja proporci¢n de las viviendas de Montevideo
        que, en ninguna de las tres categor¡as, super¢ el dos  por mil.
        De  todos  modos,  constatamos que los pocos casos clasificados
        con  pisos  de  ®otros  materiales¯ en Montevideo, dif¡cilmente
        podr¡an    considerarse  como  construcciones   con   carencias
        cr¡ticas, dado que correspond¡an a viviendas  con   paredes  de
        mamposter¡a  y  techos  de planchada de hormig¢n, el 90% de las
        cuales registraban pisos recubiertos.  Algo similar ocurr¡a con
        la  categor¡a  de ®otros¯, en cuanto a materiales predominantes
        en  las  paredes,  donde  se comprob¢ que el 77% ten¡a techo de
        planchada  y  pisos recubiertos.  Las viviendas cuyos techos se
        registraron  en  la categor¡a de  "otros materiales", fueron en
        Montevideo menos del uno por mil y, por ende, se descartaron.

        En  lo  que  concierne  a la dimensi¢n de aislamiento del medio
        social, se  construy¢  un  indicador  que  tomaba  en cuenta el
        n£mero   de  hogares  dentro de una misma vivienda,  dando  por
        hecho que cuando se trataba de seis o m s hogares  y  al  menos
        dos  de  stos  compart¡an un ba¤o, hab¡a una evidente carencia
        cr¡tica  en  lo  que se refiere a la necesidad de privacidad de
        cada  uno  de  los hogares cohabitantes.  Tales situaciones son
        las  que suelen caracterizar los inquilinatos, que corresponden
        en la mayor¡a de los casos  a  viviendas  deshabitadas  que han
        sido  ocupadas de hecho, o a ex-residencias privadas, pensiones
        u  hoteles  en  los que se arriendan habitaciones a hogares. La
        mayor¡a de estas £ltimas viviendas  han sufrido un desgaste que
        las  inhabilita  para seguir cumpliendo la funci¢n para la cual
        fueron  originalmente  dise¤adas,  por  lo que resulta rentable
        dedicarlas a inquilinatos.

        El indicador de calidad de la vivienda, con sus dos dimensiones
        de  aislamiento  del  medio  natural  y del medio social, qued¢
        finalmente  construido de modo que abarcara  los  hogares   que
        reun¡an una u otra de las caracter¡sticas siguientes:

        i)  con paredes de lata o material de desecho; 
       ii)  con techos de lata o material de desecho; 
      iii)  con pisos de tierra o cascote suelto, o
       iv)  vivienda  ocupada  por seis o m s hogares y donde  al menos
            dos de stos comparten el ba¤o.

   D.   Adecuaci¢n de la capacidad locativa de la vivienda

        La densidad de ocupaci¢n de la vivienda se expresa en el n£mero
        de personas  por cuarto.  A partir de cierto nivel, que en este
        trabajo  hemos definido como m s de dos personas por cuarto, se
        considera    que    la    vivienda    presenta  condiciones  de
        hacinamiento 18.

        Se entiende por ®cuarto¯ tanto el dormitorio,  como   cualquier
        lugar de estar, excluyendo ba¤os, cocina, hall y pasillos.

        La situaci¢n de hacinamiento implica carencias en una  serie de
        dimensiones  de  la  vida  familiar, que pueden ser m s o menos
        graves  seg£n  la edad, el sexo de los miembros del hogar y las
        relaciones de parentesco entre los mismos.

        En su  forma m s simple  -esto es, sin hacer supuestos sobre la
        composici¢n   por   sexo,  edad  y  parentesco  del  hogar,  la
        sobreocupaci¢n   de    la   vivienda   lleva   impl¡cita    una
        insatisfacci¢n  de la  necesidad de privacidad e independencia.
        En cuanto se agrega la convivencia de sexos surgen problemas de
        promiscuidad.  La  presencia  de  ni¤os plantea problemas de la
        adecuaci¢n  del  hogar  como  contexto  de  socializaci¢n y, en
        particular,  pone  en duda la capacidad del hogar de cumplir el
        papel  socialmente  asignado  de  complementar el entrenamiento
        escolar.  Las condiciones de hacinamiento, incluso en los casos
        en  que  stas   van  acompa¤adas de satisfacci¢n respecto a la
        calidad  de la vivienda y de las condiciones sanitarias, tienen
        importantes repercusiones en relaci¢n con el fracaso educativo,
        porque la falta de  espacio  dificulta la realizaci¢n de tareas
        escolares  o  la  concentraci¢n en juegos de tipo educativo que
        constituyen  una  parte  tan  importante  en  el  aprestamiento
        escolar.

        En situaciones de prolongado estancamiento econ¢mico,  como  la
        sufrida  por  Uruguay  en  las  £ltimas  dcadas, en las que se
        presentan  bloqueos  importantes  para  la incorporaci¢n de las
        nuevas generaciones  al  mercado de trabajo al mismo tiempo que
        se reduce la capacidad de consumo de los ingresos individuales,
        aumenta  la  frecuencia de parejas j¢venes que, imposibilitadas
        de  arrendar  una vivienda, residen con los padres de alguno de
        los  c¢nyuges  a  la  espera  de una mejora en la situaci¢n que
        posibilite  el  acceso a la vivienda independiente.  Tambin se
        observa  un  crecimiento del n£mero de adultos j¢venes solteros
        que,  habiendo logrado una vivienda independiente, ven reducida
        la  capacidad  locativa   de  la  misma a medida que aumenta el
        n£mero  de  hijos,  y  no  disponen de recursos para cambiar de
        vivienda o para ampliar la que tienen.

        Todas estas situaciones afectan los  niveles de satisfacci¢n de
        las  necesidades  esenciales  de  privacidad e intimidad  de la
        pareja  y  de  los  otros  miembros  del  hogar, llev ndolos en
        algunos casos por debajo del m¡nimo indispensable para mantener
        un adecuado equilibrio ps¡quico.

        Para  determinar  cu l  es el n£mero de personas por cuarto que
        define  dentro  de  los  est ndares  uruguayos  un  problema de
        hacinamiento, tuvimos en cuenta las formas de ocupaci¢n  de  la
        vivienda en Montevideo y en las ciudades del interior del pa¡s.
        Despus  de  varios  ensayos,  en  los  cuales partimos con las
        recomendaciones   internacionales  antes  citadas  y tuvimos en
        cuenta  la  definici¢n  que  se  utiliza  en   la   publicaci¢n
        ®La  pobreza  en  la  Argentina¯, encontramos que para  Uruguay
        parec¡a conveniente fijar la relaci¢n en ®m s de  dos  personas
        por  cuarto¯.  Ello  implica  que  un  hogar  formado  por   un
        matrimonio con un hijo que habita un local de un solo  ambiente
        ser   considerado  con  privaci¢n  cr¡tica  en  esta dimensi¢n.
        Lo  mismo ocurrir¡a con un hogar de cinco o m s personas en dos
        ambientes, de siete o m s en tres, y as¡ sucesivamente. Si bien
        la consideraci¢n simult nea  de  edad,  sexo  y  relaci¢n    de
        parentesco hubiera permitido  refinar  el indicador acerc ndolo
        al  contenido  conceptual  de  la  necesidad  investigada,   la
        complejidad del procedimiento llev¢ a descartarlo.

        El comportamiento del indicador de hacinamiento fue analizado a
        travs  de  los  datos  de  la  Encuesta de hogares del segundo
        semestre de 1984, en Montevideo y centros urbanos del interior.
        Los  resultados  mostraron  que,  en  Montevideo, el 85% de los
        hogares  con  problemas  de  hacinamiento  declaraban  ingresos
        por  debajo  de  la  l¡nea  de  pobreza, mientras que en los no
        hacinados s¢lo se registraba un 21% de pobres.  En las ciudades
        del  interior,  donde la incidencia de la pobreza es mayor, m s
        del  95%  de los hogares hacinados se encontraban por debajo de
        la  l¡nea  de pobreza, mientras que la misma situaci¢n afectaba
        al 46% de los no hacinados.

        La condici¢n de hacinamiento puede,  en  algunos  casos, operar
        para  el  hogar  como  una  opci¢n  alternativa a la de mudarse
        a zonas con una peor infraestructura  de  servicios,  o de peor
        calidad  de  vivienda, pero en las cuales podr¡a ser satisfecha
        la  necesidad de espacio.  Tales opciones son m s frecuentes en
        localidades  urbanas  densamente pobladas en las que existe una
        diversidad  de  alternativas  para un trade-off entre capacidad
        locativa  y  calidad  de  la infraestructura de la vivienda; el
        efecto  agregado de la existencia de tales alternativas ser  el
        de  reducir  la  relaci¢n  entre hacinamiento y otras carencias
        cr¡ticas de la vivienda.

   E.   Adecuaci¢n del acceso a servicios educacionales

        En  sociedades  crecientemente  articuladas  en  torno   a   la
        tecnolog¡a y el conocimiento cient¡fico, las deficiencias en la
        preparaci¢n  educacional  de  las  nuevas  generaciones  tienen
        un  impacto  decisivo  en  sus  expectativas  de  vida.   Tales
        deficiencias son frecuentes en los hogares pobres, producto  en
        gran parte de su dbil capacidad socializadora  en   contenidos
        que se corresponden o complementan  con aquellos que imparte la
        escuela.  Al no existir un continuo hogar-escuela, los ni¤os se
        enfrentan con barreras que implican  costos  elevados  para  el
        aprendizaje  y que, en muchos casos, se traducen en deserci¢n o
        rezago escolar.

        En   una   sociedad    como   la  uruguaya, de antigua pol¡tica
        educativa, en la que a partir  de  1972  el  cuerpo legislativo
        propuso  extender  a  nueve grados o a¤os el ciclo de educaci¢n
        obligatoria   y   cuyos  mercados  de  trabajo  son   altamente
        organizados, formalizados  y de r¡gida relaci¢n nivel educativo
        nivel de puesto de trabajo, el cumplimiento de la totalidad del
        ciclo  de  educaci¢n  primaria  pasa  a ser percibido  como  un
        requisito  indispensable  que  los hogares  de  los   distintos
        estratos sociales tratan de que  sus hijos cumplan para no caer
        en la marginalidad 19.

        En tales circunstancias, el abandono de la escuela  primaria se
        constituye  m s  y  m s en el eslab¢n central de los mecanismos
        que  reproducen  y perpet£an las situaciones de pobreza, por lo
        que  el  logro de al menos una escolaridad primaria completa se
        convierte  en  una  condici¢n   m¡nima   necesaria  aunque   no
        suficiente  para garantizar la integraci¢n del individuo  a  la
        sociedad.

        A los efectos de elaborar una medida de las carencias en cuanto
        al acceso a los servicios educacionales,  se  consider¢  que un
        hogar  presenta  una privaci¢n cr¡tica en esta dimensi¢n cuando
        incluye  una  o m s personas de entre 6 y 15 a¤os que no hab¡an
        terminado  y  que  no  asist¡an  a  la  escuela primaria, o una
        persona de entre 7 y 15 a¤os que nunca hab¡a asistido 20.

        Las tabulaciones publicadas  del  Censo de poblaci¢n y vivienda
        de  1985  no  dejan  apreciar  el  volumen  de la poblaci¢n que
        presentaba  esas caracter¡sticas.  Sin embargo, los datos sobre
        asistencia  escolar nos permiten aproximarnos a la magnitud del
        fen¢meno.  Se  observa que s¢lo un 1.7% de los ni¤os de entre 6
        y  11 a¤os no asist¡an a la escuela habiendo asistido, y que el
        6 por mil de los ni¤os de  entre 7 y 11  a¤os  nunca     hab¡an
        asistido.  Estas  cifras   indican   que  la  poblaci¢n   tiene
        fuertemente asumida la importancia de la educaci¢n  y   realiza
        los esfuerzos necesarios para enviar los ni¤os a la escuela, lo
        que   hace  m s notable la marginalidad de aquellos hogares que
        tienen  ni¤os  en  edad  escolar  que  no   est n  asistiendo a
        establecimientos educacionales.

        El ciclo de educaci¢n primaria normal  (sin   repeticiones)  se
        cumple entre los 6 ¢ 7 a¤os y los 11 ¢ 12 a¤os, dependiendo las
        edades de entrada y salida del mes de nacimiento.  El l¡mite de
        15 a¤os se tom¢ considerando que los que no hubieran completado
        la      ense¤anza    primaria   a   esa   edad   mostraban   un
        dif¡cilmente recuperable.

        Se  podr¡a argir que una proporci¢n importante de los ni¤os en
        edad  escolar  que  nunca  asistieron  a  la  escuela, o que no
        asistiendo en  el  momento  del  censo  no  hubieran completado
        tampoco  el  ciclo  primario,  son  ni¤os  con  alg£n   tipo de
        discapacitaci¢n.  Si bien no podemos someter  este  argumento a
        prueba  emp¡rica,  consideramos  que  incluso en el caso de los
        discapacitados  el  pa¡s provee oportunidades para su educaci¢n
        en  instituciones  especializadas,  y  por lo tanto la falta de
        acceso a las mismas muestra carencias propias de situaciones de
        pobreza.  Por  otra  parte, nuestro an lisis de los datos de la
        Encuesta  de  hogares del segundo semestre de 1984 nos permiti¢
        constatar  una estrecha relaci¢n entre el ingreso per c pita de
        los  hogares  y  la  presencia  de ni¤os en edad escolar que no
        asist¡an  a  la escuela.  En efecto, en  Montevideo, el 78%  de
        estos  £ltimos  hogares  se  ubicaban por debajo de la l¡nea de
        pobreza,  frente  al  24% de los hogares que no ten¡an ni¤os no
        asistiendo  a  la escuela.  En las ciudades del interior,   los
        porcentajes   correspondientes   eran   de   87.5%    y    50%,
        respectivamente.

   F.   Capacidad de subsistencia de los hogares

        Se  busc¢  identificar  los  hogares con  una  baja   capacidad
        potencial de obtener ingresos para la subsistencia adecuada  de
        todos sus miembros.  Se supuso que esta situaci¢n caracterizaba
        a  los  hogares  con  una  alta  proporci¢n  de no activos y no
        perceptores  (jubilados, rentistas o pensionistas), y con jefes
        con  un  nivel  de  educaci¢n lo suficientemente bajo como para
        constituir  una  clara desventaja en cuanto a sus posibilidades
        de  competir  en el mercado ocupacional.  La l¢gica que subyace
        tras  la  construcci¢n de este indicador parte del hecho de que
        las  personas de bajo nivel educacional enfrentan una creciente
        restricci¢n de oportunidades ocupacionales.  Tal restricci¢n se
        acent£a  a medida que aumenta el n£mero de personas a su cargo.
        Ello  es  as¡  porque, por un lado, la movilidad geogr fica que
        permitir¡a acercarse a los lugares del mercado con trabajos m s
        abundantes  o mejor remunerados tiene un mayor costo material y
        no material cuanto mayor es el tama¤o de la familia.  Por otro,
        porque este hecho tambin disminuye el margen de  maniobra para
        acceder  a  programas  de  capacitaci¢n,  con  lo  cual  se ven
        crecientemente  afectadas  sus  posibilidades  de percepci¢n de
        ingresos, tanto actuales como futuras.

        Una  primera  precisi¢n que fue necesario introducir, fue la de
        condicionar el requisito de educaci¢n a la edad  del  jefe.  El
        an lisis  de  los  datos de la Encuesta de hogares nos permiti¢
        observar  que  en  los   jefes   menores de 45 a¤os el no haber
        finalizado el ciclo de educaci¢n primaria  estaba   fuertemente
        ligado a ingresos personales por debajo de la l¡nea de pobreza,
        pero  que  entre  los  mayores  de  esa  edad,  el  n£mero   de
        a¤os  de  educaci¢n  necesario  para  rebasar  la  l¡nea     de
        pobreza descend¡a abruptamente.  Esta diferencia se vincula con
        derechos  y  privilegios  adquiridos  por  la antigedad en los
        puestos  de  trabajo, pero tambin con los cambios ocurridos en
        los  criterios de reclutamiento del mercado laboral.  Una buena
        parte  de  los mayores de 45 a¤os se han incorporado al mercado
        cuando  el  hecho  de  saber  leer y escribir era una condici¢n
        suficiente  para  ser  considerado   candidato  potencial en el
        sector  p£blico  y  en  una  amplia  variedad  de   actividades
        privadas.  Una vez insertados en la estructura ocupacional,  la
        acumulaci¢n  de  experiencia y la adquisici¢n de derechos en un
        mercado  fuertemente  sindicalizado,  les permitieron obtener y
        mantener  un  nivel  de  ingresos  alto  respecto a personas de
        generaciones posteriores con niveles de educaci¢n similares.

        Estas consideraciones  nos llevaron a definir distintos niveles
        de  educaci¢n  para  ambos   grupos   de   edad,   con  miras a
        homogeneizar  sus  ventajas  relativas  en el mercado.  Por las
        razones  ya  mencionadas  en  los  comentarios   al   indicador
        anterior,  en  el  grupo  m s  joven se estableci¢ un m¡nimo de
        cinco a¤os de educaci¢n primaria. Entre los mayores de 45 a¤os,
        en  cambio, se establecieron s¢lo dos a¤os de educaci¢n formal.
        Para  ello,  se  tom¢  en  cuenta  el hecho de que en las  reas
        rurales durante mucho tiempo hubo  escuelas  que completaban el
        ciclo primario con s¢lo tres a¤os.

        Esto  se  refleja  en  los  datos  preliminares  del  Censo  de
        poblaci¢n  y  vivienda  de  1985,  donde vemos que en las  reas
        rurales un alto porcentaje de los jefes mayores  de 45 a¤os con
        tres a¤os de educaci¢n  formal  declaran  haber  completado  el
        ciclo primario (por ejemplo, en la parte rural del departamento
        de  Soriano,  un 50% de las personas  mayores  de  45  a¤os que
        alcanzaron 3§. y 4§. grado de educaci¢n  primaria declararon en
        el Censo de 1985 haber completado ese ciclo. Entre las personas
        de 16 a 44 a¤os, el porcentaje correspondiente fue de 1.7%).

        La definici¢n del ¡ndice requiri¢ resolver otros problemas.  En
        primer  lugar,  nos  preguntamos  si  deb¡amos considerar en el
        denominador  s¢lo  a  los  jefes   ocupados, incluyendo  a  las
        personas empleadas que no hubieran trabajado durante el per¡odo
        de  referencia, o si deb¡amos agregar tambin a los perceptores
        no   ocupados   (jubilados,  pensionistas  o  rentistas).   Nos
        inclinamos  por  esta  £ltima  opci¢n,  dado  que el no hacerlo
        hubiera  discriminado  en  contra  de  los hogares con jefes de
        mayor edad y, por otra parte, no se atender¡a  al  hecho de que
        la  capacidad de subsistencia de un hogar se vincula m s con la
        calidad de perceptor de ingresos del jefe que con su calidad de
        ocupado.

        En segundo lugar, nos encontramos con una peque¤a proporci¢n de
        hogares rurales con jefatura femenina, y en los que no figuraba
        ning£n  perceptor.  Posiblemente,  ello se¤ala la existencia de
        transferencias  de  ingresos  en   reas donde los hombres viven
        parte  de  la  semana o por per¡odos m s largos alejados de sus
        familias,  en  las  casas colectivas de las estancias.  Tambin
        tuvimos  en  cuenta  las  conclusiones  de varios estudios, que
        coinciden  en  se¤alar  una  sistem tica  subestimaci¢n  de  la
        actividad econ¢mica femenina y de las  jubiladas y pensionistas
        en las   reas  rurales, en favor de la categor¡a ®ama de casa¯.
        En  base  a  estos  antecedentes,  optamos  por  garantizar  el
        car cter cr¡tico del indicador, y consideramos al jefe de hogar
        como   si  formara  parte  de  la  categor¡a  de   ocupados   o
        perceptores,  con  lo que disminuimos las probabilidades de que
        el hogar pudiera ser definido  como  experimentando necesidades
        b sicas  insatisfechas  en esta dimensi¢n, cuando no lo estaba.
        Con el mismo esp¡ritu, se registraron todos  los  "ignorados"en
        condici¢n de actividad, como ocupados o perceptores.

        Un tercer problema que enfrentamos fue el de incluir o no a los
        trabajadores  familiares  no  remunerados  (TFNR),  dentro  del
        conjunto  de  los  ocupados  y perceptores.  Nos inclinamos por
        incluirlos, atendiendo al hecho  de  su contribuci¢n al ingreso
        total  del  hogar a travs del aporte de su trabajo a la unidad
        productiva   familiar.   Tales  unidades   tienen    particular
        significaci¢n en el sector agropecuario.

        En s¡ntesis, el indicador seleccionado  para   esta   dimensi¢n
        clasifica  como  hogares con carencias  cr¡ticas a aquellos con
        jefes de 44 a¤os y menos con primaria incompleta, o de 45  a¤os
        y m s con 0 a 2 a¤os de educaci¢n formal, en hogares con m s de
        3 personas por ocupados m s perceptores.


ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿
³  Bibliograf¡a ³
ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ

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       DIAGRAMA I
 
       RELACION ENTRE NECESIDADES BASICAS, DIMENSIONES PARA SU MEDICION, INDICADORES
       SELECCIONADOS DE INSATISFACCION Y ASOCIACION DE LOS INDICADORES
       CON INGRESO PER CAPITA DE LOS HOGARES

ÚÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ¿
³                              ³                       ³                                              ³   Chi cuadro con ingreso    ³
³       Necesidad b sica       ³      Dimensiones      ³ Indicadores de privaci¢n cr¡tica             ³ per c pita de los hogares   ³
³                              ³                       ³ hogares con alguna de las                    ³          (a) (b)            ³
³                              ³                       ³                                              ÃÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÂÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ´
³                              ³                       ³ siguientes privaciones                       ³ (N§ 4726)   ³  (N§ 4772)    ³
³                              ³                       ³                                              ³ Montevideo  ³   Interior    ³
³                              ³                       ³                                              ³             ³    urbano     ³
ÀÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÁÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÙ
1.   Alojamiento y                -  Tipo de vivienda      -  Hogares residiendo en viviendas del tipo
     equipamiento domstico                                   inquilinato, rancho u otros,  viviendas de
     m¡nimo adecuado para                                     otro tipo cuyas paredes son de lata o ma-
     el hogar                                                 terial de desecho.                           107,46          45,98

                                  -  Hacinamiento          -  M s de dos personas  por habitaci¢n (in-
                                                              cluye  todas las  habitaciones con excep-
                                                              ci¢n de la cocina, ba¤os                     696,65         682,13

2.   Infraestructura que          -  Disponibilidad de     -  Hogares que utilizan para beber y cocinar
     garantice st ndares            agua potable              agua proviniente de aljibes, cachimbas, a-
     sanitarios m¡nimos                                       rroyos, acequias.                            240,00         344,58

                                  -  Tipo de sistema de    -  Hogares sin baños o con sistema  de eva-
                                     eliminaci¢n de excretas  cuaci¢n de excretas  clasificados en la ca-
                                                              tegor¡a "otros"                               49,20          64,32

3.   Acceso a servicios            -  Asistencia escolar   -  Con presencia de niños de 6 a 13 a¤os que
     de educaci¢n                                             no asisten  a  un  estable     91,80          85,36
                                                              ñanza

4.   Capacidad de                 -  Jefes de hogar con    -  Jefes de 44 años y menos con hasta 5 años
     subsistencia del                cargas familiares        de educaci¢n primaria  y de  45 años y más
     hogar                           con niveles educacio-    con 0 a 2 a¤os de educaci¢n primaria, en ho-
                                     nales insuficientes      gares con m s de tres perso                  139,82         250,00
                                                              tor de ingresos
 ÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄÄ 
(a)  Con datos de Montevideo e interior urbano, segundo semestre, 1984.
(b)  El nivel de significaci¢n de todos los coeficientes chi cuadrado es igual o menor que ,0000
D